Volver atrás y agradecer. Domingo XXVIII del T. O.

Pocas personas tienen un pasado reconciliado, integrado, pacificado. Más bien, cuando volvemos al pasado -y oigo a muchas personas hacerlo- suele ser o para caer en la nostalgia de los años gloriosos que no han vuelto o para caer en la crítica y el desprecio de una época y acontecimientos y personas de su vida que prefieren olvidar. Dos extremos viciosos. Hay un equilibrio sano y sanador al que el evangelio nos invita hoy: volver al pasado y agradecer. No dejarnos consumir ni por una idealización que vacíe la esperanza en el futuro ni por una crítica amarga que ni serena ni reconcilia.

“Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Rezamos en el salmo esta invitación a entonar un cántico nuevo como nueva es nuestra vida. Los cánticos antiguos ya no nos valen, no sirven para alabar suficientemente la grandeza y la bondad de Dios. Hoy he de buscar las palabras y motivos para entonar mi cántico nuevo y pensar ¿qué maravillas ha hecho Dios conmigo/en mi vida?

Pablo encarcelado hace a Timoteo confesión de una de sus mayores certezas: “Si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. La esencia de Dios es su fidelidad, creemos en un Dios que es -antes que nada- Dios fiel. Y eso supone que no abandona jamás a las criaturas que creó y que llevan su esencia divina, su imagen. Él no puede negarse a sí mismo, no puede abandonarnos ni quiere.

Por eso en la escena del Evangelio Jesús aparece admirado del regreso del leproso y de su gratitud, hace justicia al Dios bueno y fiel que jamás abandona. Hasta un extranjero que no era judío ha sabido verlo y lo agradece. Al mismo tiempo el texto asocia la fe al movimiento, a la acción. El milagro de sanación ocurre cuando aquellos leprosos estaban en camino hacia los sacerdotes. «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado». De estas palabras sorprenden dos cosas: solo un hombre regresa a dar gracias. Nos cuesta profundamente agradecer, valorar, no tener siempre una mirada crítica exigente y evaluadora. Algunos consiguen lo que quieren y ya se olvidan hasta de quiénes le ayudaron a llegar. Y segundo, “tu fe” te ha salvado. La fe que te hizo volver y pedir el milagro, caminar hacia los sacerdotes, la fe que te puso en camino. La fe que te saca de tus lugares de excesiva quietud. Pidamos al Señor que dinamice nuestra vida y que nos lleve hacia dónde Él quiera, porque allí estaremos muy bien.

Víctor Chacón, CSsR