«Yoshelyn. La chica del cerro»

 

Quiero contar esta noche, la historia más bonita del mundo. Ya deberían cantar los gallos, como en los caseríos de la selva, pero aquí en Lima no hay gallos; únicamente pollos con papas fritas, y no para todos. En esta ciudad, sucia y gris, sólo se escucha, el ronroneo desagradable de los moto-taxis. La historia dura un día y tiene lugar en el comedor infantil Virgen del Pilar. Ahí va.

Juanita, que es la responsable de este comedor, me muestra el cerro, el que tienen en la foto, poblado de casuchas. Allí malviven, miles de familias, en condiciones muy precarias. Escucho una historia que ya me sé de de otras veces.  Entre los habitantes, peligrosos, del cerro y nosotros hay una autopista que es un muro de contención. Es algo así como el muro de la vergüenza. Hacia las doce comienzan a llegar los niños del turno de la mañana. Unos setenta niños, muy educados y hambrientos. Saludan, me dan un beso, a indicación de Juanita y devoran el plato del día; a saber: espaguetis, papas a la huancaína y una naranja.

Y aquí es donde me presentan a la protagonista de esta historia, que también nació en el cerro. La historia es escalofriante, y la chica digna de admiración. Yoselín recibe ayuda de la parroquia para estudiar. A cambio colabora y ayuda en distintas tareas. Yo quise saber qué se escondía detrás de aquella sonrisa y con mucho morro, hice mi propuesta:

– ¿Dónde vas a cenar hoy?

– Yo no ceno nunca. No me alcanza para cenar. Sólo bebo un poco de leche.

– Pues hoy haces una excepción. Mira, yo te invito a cenar y tú me cuentas lo que hacías, lo que haces y lo que piensas hacer.

Ella, sonrió y aceptó encantada mi oferta. Lo de cenar es un decir, pues no llegó a dos euros el precio del banquete. Nos fuimos a cenar pollo; un cuarto de pollo encima de una pirámide de papas fritas. Aquello parecía el Machu Pichu. Primero me escribió su nombre correctamente: Yoshelyn. Y entre papa frita y papa frita, me fue soltando  retazos de su espeluznante y corta vida:

-Yo vivo sola. No vivo con mis padres. Nunca he vivido con ellos. De chiquita, mi mamá me abandonaba para irse de fiesta. Yo pasaba mucho miedo por las noches. Cuando dejó a mi papá y se fue con otro hombre, me botó de casa. Y me acogió una tía, hermana de mi mamá. Después viví con mi abuelita, que también me echó de casa. Los ocho hermanos de mi abuelita no me querían. Decían que yo no era de la familia: “que se vaya de esta casa, decían, gasta mucha agua”. No podía lavarme porque se enojaban. Y al cumplir once años me botaron y no tenía donde ir…

Es escalofriante escuchar eso de que “me botaron de casa y dormía en la calle”. Yo escribo y ella come. Guarda unos segundos de silencio. Creo que le amargan las patatas fritas. Echa mayonesa, pero las patatas siguen amargando, seguramente a causa del relato tan amargo de la joven. Me sorprende que su cara no muestre resentimiento; tal vez un poquito de dolor cuando habla de su madre:

– Mi mamá ya tiene el tercer compromiso. Con mi papá, duró poco ¡Mucho se peleaban! ¡Todos los días peleaban! Mi mamá debería tener más cabeza, pero está muy loca. Además de mí, tiene otro hijo del primer compromiso. Y del segundo compromiso tiene cuatro hijos más. Del tercer compromiso tiene un hijo, pero ya está embarazada de nuevo…

También me dice que su mamá tiene 34 años. Me pongo a “echar cuentas”, mientras arremete con el pollo, pero no me salen las cuentas. Quiero pasar a otro tema, pero  ella no deja de hablar de su madre. Su relato se vuelve más lento. Le pesan las palabras y los recuerdos:

– Tú no eres mi hija, me decía. Y me insultaba… Yo la quería mucho, aunque me botó de casa… Nunca fue al colegio a recogerme. Y a mí me daba envidia de otros niños, que iban a casa de la mano de su mamá. Pero a mí nadie me recogía… Los demás niños creían que yo había nacido sola y que nunca había tenido padres. Y es cierto: nunca tuve padres. Yo siempre quise tener una madre para hablar con ella…

Ahora sí que agacha la cabeza. Le llega la nariz al plato. Reflexiona… De repente me mira a los ojos y me habla de la abuela, que otra de las espinas que tiene clavadas en su joven  corazón:

– “Solo sirves para molestar. No sé para qué has nacido…” y otras cosas que me decía.  Mi abuelita no  me dejaba usar el baño y tenía que ir a los baños de la parroquia. Yo, lloraba, pero no maldecía. Nunca he maldecido  a nadie. Yo no odio a mi mamá ni a mi abuelita. Yo, rezaba, por ellas a Diosito. Y después de rezar le preguntaba a Dios: ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?…

La montaña de patatas ha desaparecido y el pollo se ha quedado frío. Me mira a los ojos, de nuevo, y me dice que nunca, en sus 19 años,  ha comido pollo con patatas fritas y ensalada. Dice que es la primera vez que pisa un restaurante. Yo me extraño de esto y ella se extraña de que le deje  dos soles de propina al camarero. Pero lo entiende cuando le explico que tal vez este joven camarero es estudiante como ella y “de repente” vive lejos y tenga tanta necesidad como ella. Ya se termina la conversación, porque a mí se me termina el papel y no se donde apuntar:

– Yo he ido al comedor desde chiquita. Yo prefería ir al comedor a ir a mi casa. En el comedor Virgen de El Pilar, me trataban con más cariño que en mi casa. Además, en el comedor había agua y cuarto de aseo. Juanita me cuidaba y me daba buenos consejos…

La “ha cogido perra” con lo del agua y el cuarto de baño…. A ella le gusta y le sorprende que su historia sea interesante para alguien, en España. Ella tiene necesidad de hablar. Yo escucho y apunto descaradamente. Y por fin me cuenta, lo que yo estaba esperando:

– Yo estudiaba mucho y sacaba buenas notas. Por eso en la parroquia me eligieron “piloto”, como los pilotos de Iberia, esos que nos ayudan mucho. También porque estaba muy necesitada. Yo ayudo en el comedor y hago trabajos en la parroquia. Colaboro varias horas al día y la parroquia me paga una habitación, y una cantidad de plata al mes, que empleo en los viajes. Yo sé que voy a salir adelante con esta ayuda que recibo. Quiero hacer derecho. Y quiero tener un trabajo y formar una familia mejor que la que  he tenido. Y seré feliz…

Y aquí se acaban el pollo y la entrevista. Es una historia fuerte pero no lastimera (dolorista). Fíjense en la fortaleza de esta joven, su valentía y sus deseos de vivir. Fíjense en su paz interior y su capacidad para perdonar. Vean cómo los misioneros redentoristas hacen las cosas y tratan de apoyar a los jóvenes a salir adelante, en aquel maravilloso país, que es Perú. Y aprendan correctamente el nombre de la protagonista de esta historia: Yoshelyn. Éste es su nombre.

P. Arsenio, CSsR