144.000 EL CIELO…¿TIENE AFORO? DOM. XXXI T.O.

“Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel”. El Apocalipsis nos introduce en esta fiesta de Todos los Santos en este relato fascinante sobre el cielo y los que serán salvados, es decir, los santos. Aquellos que terminarán gozando de la Vida plena y eterna junto a Dios. ¡Y ofrece una cifra: 144.000! ¿Será un número clauso como las actuales limitaciones de aforo? ¿En el cielo hay límite de espacio? ¿Será que no tienen arpas y laúdes para todos o harán casting a la entrada y los que cantamos mal no pasaremos? ¡Qué tensión Dios mío! Nada de eso. 144 es el resultado de multiplicar 12 x 12. Y doce es un número bíblico sagrado que significa plenitud, totalidad, universalidad. Jacob tuvo doce hijos y de ellos nacen las doce tribus de Israel, el pueblo fiel y creyente. Decir que se salvarán doce mil miembros de cada tribu (12.000 x 12) es decir que se salvará la totalidad de los creyentes, todos los que verdaderamente se abran y acojan la presencia salvadora de Dios.

Por eso sigue diciendo el texto sagrado: “Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”. Una muchedumbre inmensa que nadie podía contar. Estos son los hijos de Dios, los santos, los que vivieron buscando su luz y reflejándola con su vida. Buscando, acogiendo, recibiendo. Tiene que haber esfuerzo y voluntad humana que se abra a Dios, la salvación-santidad no acontece automáticamente por ir a la Iglesia o decir oraciones. No. Francisco nos lo recuerda en Fratelli tutti. Benedicto XVI lo hizo con un sutil cambio teológico en la frase de consagración del cáliz “éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y POR MUCHOS para el perdón de los pecados”. Por muchos y ya no “por todos”. ¿Qué ocurre, de nuevo tenemos que estar preocupados por el número? ¿Está muy lleno el cielo? No. Ocurre que la santidad es una elección y una gracia que se da solo cuando nos acercamos a Dios y nos ponemos en sus manos y secundamos su voluntad. Retirar el “todos” evidencia teológicamente que la salvación no es algo obligatorio ni automático. Que allí, junto a Dios va quien quiere ir, quien abrió la puerta cuando él llamó (Ap 3, 20).

¿Y quienes son estos que abren la puerta a Dios y se dejan habitar por Él? Los santos. ¿Y podemos formar parte de este grupo? Absolutamente sí. ¿Cómo? El camino de las bienaventuranzas nos lleva directos a Dios. Un camino fascinante y profundamente humano, de la humanidad real, sensible y auténtica. Y por ello un camino muy contracultural, muy opuesto a la sociedad del placer, el individualismo, el bienestar y el consumo como prioridades natas. Felices los pobres, los que se confían en Dios y no ambicionan nada más, los capaces de generosidad y entrega. Felices los mansos, los que ni odian ni entran en contiendas, los que no pierden la paz sino que la siembran cueste lo que cueste. Felices los que lloran, los que saben llorar porque miran, escuchan, se detienen ante lo que les rodea; no son pasotas ni indiferentes, no dan la espalda a nadie. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, los que no son conformistas, sino que se suman a las causas ajenas aunque a ellos no les afecte tanto. Felices los misericordiosos, los compasivos, ellos son como Dios que tiene “entrañas de misericordia” como el Padre del hijo pródigo que corrió a abrazarle e hizo fiesta. Felices los limpios de corazón, los que no tienen doblez ni se esconden, sino que buscan la verdad en el amor y la proponen sin herir a nadie. Felices los que trabajan por la paz, cada día la amasan con sacrificio y esfuerzo, con silencios y paciencia. Felices los que sean perseguidos por causa de la justicia, eso querrá decir que son fieles, que no se rinden, que hasta el fin dieron su vida por aquel en quien creían. Feliz tú y feliz yo si nos atrevemos a caminar por estos ocho senderos que llevan a la vida eterna, que nos suman al doce divino y mágico que a todos acoge y nos hace hermanos, hijos del mismo Padre.

Víctor Chacón, CSsR