¡Ay de los pastores! Domingo XVI T. O.

 

Dice Jeremías: “¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño!”. Es la denuncia de un profeta valiente. Habla prestando sus palabras a Dios, que deja una llamada de atención muy seria a los pastores de Israel. A aquellos que “dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas. Así que voy a pediros cuentas por la maldad de vuestras acciones”. Esto reprocha en Jer 23. Quien tenía que cuidar no cuida. Quien debía preocuparse de los demás, solo se preocupa de sí mismo. Quien debía servir, solo manda y busca el poder. Quien debía acercar a Dios aleja, ¡tremenda e injusta paradoja!

Este texto ha de ser leído en paralelo con Ezequiel 34, la denuncia a los pastores de Israel. Es la misma línea, idéntica preocupación, en dos profetas distintos. ¿Cuál es, pues, la tarea del pastor? La “cura pastoral”. Curar, cuidar, acompañar al “rebaño”, al pueblo. Curar que es sanar a los heridos, como buen samaritano, prestar más atención a aquellos que más lo necesitan, que están más solos o desvalidos. Cuidar, que procede del latín “cogitare” pensar, pensar en los demás… ¿cómo están? ¿qué necesitan? ¿Cómo podré ayudarles a crecer, a superar sus obstáculos y dificultades? ¿Cómo acercarles más a Dios? ¿Cómo ayudarles a crecer en la comunión con sus hermanos, en el amor al prójimo?

Acompañar al rebaño, guiarlo a buenos sitios. San Juan de la cruz habla del “prado de verduras, de flores esmaltado” en su cántico espiritual. Un lugar verde, frondoso, donde hay sombra, agua, alimento, reposo… y belleza en esas flores que Dios sembró en su providencia para nosotros. Ojalá sepamos los pastores de hoy en medio de nuestras debilidades y fallos, guiar al pueblo hacia esos prados de paz, serenidad y gozo.

Lo que ocurre es que el camino para la paz no es sencillo. Ya lo decían los sabios latinos: “Si vis pacem para bellum” (Si quieres paz, prepara la guerra). Pero vamos a entenderlo bien. No es que hayamos de tomar armas (ni reales ni dialécticas) contra nadie. La actitud defensiva y mucho menos la ofensiva no son propias de Cristo, tampoco habrían de serlo de sus discípulos. En cambio mirar a Cristo Buen Pastor nos alecciona: a quien vive poniendo paz, le toca encajar todos los golpes. Con humildad y una sonrisa. Es lo que nos enseña el Maestro.

Pablo a los Efesios lo explica mejor: “Cristo de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al hostilidad”. Cristo en la Cruz, con su cuerpo herido y golpeado, maltratado, es Príncipe de la Paz. Él jamás se enfrentó violentamente a nadie, jamás atacó o golpeó. Y por ello, pagó el precio de construir un perdón Universal, una Paz estable, un horizonte que vence el odio y la rivalidad.

Deseamos la paz, ¡seguro que sí! ¿Nos atrevemos a encajar los golpes, a callar respuestas agresivas, a no imponer nuestros criterios a los demás, a…? Eso ya es harina de otro costal. Pero a eso nos invita el Buen Pastor y su buen pastoreo, a implicar la vida, a jugarse la vida.

Víctor Chacón, CSsR