“Cada palo que aguante su vela” (Vivir la fe en una sociedad comodona). Domingo XXXII del T. O.

El salmo de este domingo nos revela una gran verdad que aflora con frecuencia en nuestra existencia humana: “Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Somos seres sedientos, necesitados de algo más, hambrientos de sentido y de profundidad… Cualquier cosa no nos llena y satisface realmente. Hambreamos cosas auténticas y esta sociedad, hecha de personas a veces tan interesadas, tan superficiales, tan epidérmicas… no satisface. Necesitamos llenar nuestra vida de cosas valiosas: cafés sin prisas, conversaciones de esas que restauran el alma, abrazos que recomponen, ratos de oración ante el Señor sinceros, paseos que son caminos de liberación, comidas con amigos donde lo menos importante es el plato que comemos y sí el estar juntos. Sedientos de sentido y de amor, así nos quiere Dios.

La parábola de las diez vírgenes es muy elocuente y nos hace pensar. Parece que era una tradición común en oriente que unas doncellas salieran acompañando al esposo en su camino a la celebración de sus bodas. Tenían esa misión. Algunas se descuidaron de proveer de aceite su lámpara y dijeron: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Qué fácil es pedir el aceite. Qué cómodo suplir un olvido y una negligencia propia, echándole el muerto al hermano que curra, se esfuerza y buscó su aceite. Esas doncellas querían aprovecharse de la bondad y la diligencia de las otras… “anda, tú que eres tan buena y trabajadora, que lo sabes todo… seguro que te sobra aceite, dame un poco”. Hay más maldad y pecado de lo que de primeras parece en esa petición. Hay oculto mucho egoísmo interesado, comodonería, flojera e inacción. Esto es lo que denuncia la parábola. Cada doncella tenía una misión clara: tener sus lámparas encendidas y acompañar al esposo. Todas lo sabían. Solo algunas estaban preparadas. Nadie puede reprochar su maldad a las diligentes por no compartir su aceite… Pues el aceite del que nos habla la parábola se refiere a la fe y las buenas obras (esto afirman varios Padres de la Iglesia que comentan esta parábola). Y nadie puede creer por ti, orar en tu lugar o amar en tu lugar… Hay funciones, tareas, responsabilidades que son hechos personales, individuales… que exigen de nosotros voluntad y entrega. O buscas tu aceite o tu lámpara no arderá… o buscas tu aceite o dejarás tu vida y la de los que te rodean a oscuras…

Esta semana es bueno que pensemos en las cosas que nos paralizan, que nos hacen ser poco diligentes y nos alejan de la efectividad. ¿Qué me paraliza? ¿Qué me bloquea? ¿Qué impide que yo busque el aceite de mi lámpara? Porque de todo eso me quiere librar el Señor. Pero no será sin mi consentimiento, hasta que yo acceda y permita la obra de Dios que me ilumina y me hace gozar de su luz.

Víctor Chacón, CSsR