Creados para la comunión. (Dom XXVII del T.O.)

“No es bueno que el hombre esté solo” dice Dios al crearnos según el Génesis. Y con eso declara que fuimos hechos para la relación, para la comunión. Seres incompletos que solo en búsqueda, en encuentros y diálogos iríamos alimentando y completando nuestra alma. Y así es en verdad. Alguno me dirá, pero ¿el celibato qué sentido tiene entonces? El celibato no es opción por la soledad, sino opción por la entrega total a Dios y a los hermanos (sin ninguna otra relación exclusiva ni excluyente). Y desde luego los célibes no hacemos opción por ello por la maldad de la sexualidad o del cuerpo sino por seguir también en esto a Jesús en su total entrega a la voluntad del Padre. Célibe procede de la palabra sánscrita “kévalah” que significa “lleno o completo”. Con lo cual es una opción de vida que busca la plenitud, el estar completos, en Dios. Al igual que una pareja enamorada lo busca en el otro.

La siguiente afirmación del Génesis que da que pensar es “y serán los dos una sola carne”. El amor bendecido en la creación es un amor vinculante, unificante, que crea comunión de vida. Tal amor no puede darse por supuesto sin más, realizado mágicamente. Como todo lo humano necesita ser cuidado, alimentado, renovado o de lo contrario morirá en su fragilidad.

Cuando Jesús se encuentra con los fariseos, éstos le preguntan para ponerlo a prueba por aquello que les interesa (la norma). Pero Jesús les pregunta por el mandamiento de Dios, que Él dio a Moisés, no por la norma posterior. Ellos se aferran a su punto de vista, “pero Moisés nos permitió el divorcio”. Y Jesús ataca a la raíz de esto: “Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto”. El término griego que hay detrás es muy revelador “esclerocardía”, por vuestro corazón esclerótico, por vuestra poca capacidad de amar permitió Moisés esto. “Tenéis un corazón insensibilizado” les viene a decir Jesús, buscáis excusas para rechazar a vuestra pareja por “algo vergonzoso” según señalaba la ley. Y esto podía ir desde alguna infidelidad a un plato de comida servido frío o soso. ¡insensatos y faltos de corazón! Si no aprendemos a amar como niños, libres de todo egoísmo, con plena confianza en el Padre, nos haremos desdichados. Frente a esta cultura del provecho personal, de búsquedas egoístas, se nos llama a mirar más allá, a construir relaciones sanas, sinceras, donde el otro sea amado aún en su debilidad y sus fallos. Donde yo también pueda ser amado en mi debilidad y mis fallos. Donde aprendamos a amar al otro en su realidad y no el ideal artificial que a veces nos hacemos de él.

“En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Estamos invitados a recuperar aquello que fuimos y que, por desgracia, perdimos. Inocencia, bondad, confianza en el Padre, capacidad de sorpresa… solo así podremos volver a ser aquello para lo que fuimos creados: seres de comunión, hechos para el amor.

Víctor Chacón, CSsR