Cuando la vida cansa y desespera.  Domingo V del T. O.

 

 

Job narra bien la experiencia de muchas personas a las que la vida les cansa… “Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga. Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?”. Hastío y falta de motivación invaden la vida de muchas personas a las que la vida les supera… les aburre y se les hace pesada. ¿Qué hay detrás de esto? Sin duda puede haber problemáticas complejas personales y familiares, de salud o económicas, o amorosas… y es que para afrontar la dureza de la vida y sus golpes se requiere flexibilidad y sentido del humor a partes iguales. Ser demasiado rígidos o tomarnos todo demasiado “a pecho” sólo nos va a acarrear mayores sufrimientos y peores digestiones. La ingeniería automovilística del último siglo nos da la razón: antes los vehículos se hacían de chapa y metales rígidos mucho más duros y que se deformaban menos en los choques. El resultado era que, aunque el coche sufría menos daños en golpes y accidentes; toda la energía del golpe la transmitía con violencia a sus ocupantes, lo que causaba más muertes. En cambio, los coches actuales poseen (una estructura rígida central que protege a los ocupantes) pero el resto de carrocería es fácilmente deformable. En caso de accidente se comprime fácilmente absorbiendo el golpe y la energía que se libera, protege así mejor la vida de sus ocupantes. A veces hay que decidir qué queremos proteger: la carrocería del coche o la vida de sus ocupantes. Mutatis mutandis: el plan o proyecto rígido que nos hemos trazado (nuestro ideal) o la vida y felicidad personal y de mi familia (lo real).

El salmo 146 nos recuerda otra verdad fundamental que tendrá eco en el Evangelio de hoy: “Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas. (…) sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados”. Tenemos un Dios sanador, médico, que se preocupa de nuestra salud. Él está siempre tratando de cuidarnos, de velar por nosotros, de coser y vendar las heridas y desgarros de la vida. ¿Tenemos fe en este Dios sanador? ¿Le experimentamos así? Ante aquel que sana mi corazón y me consuela no tiene sentido tener miedo, sino acercarse con alegría.

Marcos narra al principio de su evangelio este pasaje que hoy escuchamos. Quiere que sepamos pronto cómo era la vida y misión de Jesús: “La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”. Aparece un Jesús sanador. “Taumaturgo” es el término preciso: “el que obra maravillas, cosas asombrosas”. Jesús aparece revestido de la fuerza de Dios, de unos poderes extraordinarios, que solo el Hijo de Dios podía tener. Es como si reparara la debilidad humana, actuara sanando a todo aquel que se siente roto, deshecho, deformado o enfermo de algún modo en su existencia por enfermedad física, psíquica o moral (pecado). Si su padre es el creador, Jesús es el recreador… el que ayuda a que todo lo que “vio Dios que era bueno”, siga siendo bueno o muy bueno. Jesús repara nuestra bondad, la hace brillar de nuevo, le da lustre. Y eso se traduce en un corazón agradecido y servicial, la suegra de Pedro al sanar ¡se pone a servir! Ésa es su reacción: me has hecho un bien tú, ahora te voy a hacer un bien yo… (le haría un rico pescado asado u otra especialidad que tuviera la señora). Una última coletilla me parece interesante: Orar y sanar, es el proyecto de Jesús. Jesús amanece, cuando todavía estaba muy oscuro, en un lugar solitario orando a su Abba. Eso le da fuerzas para atender luego a los hijos de Dios y curarles. Primero él nutre su corazón con el Amor de Dios, luego, reparte ese Amor de Dios a todos. Tenemos que fortalecer esta dinámica en nuestra vida: Orar y curar a otros. Dejarnos curar por Dios y servir a los hermanos. Lo uno no puede existir sin lo otro. Aprendamos bien esto.

Víctor Chacón, CSsR