“¿CUSTODIAR O SEMBRAR?” DOM. XXXIII T.O.

Tres siervos administran el dinero de su amo. Algo un tanto extraño en la Antigüedad. Solo los hombres libres administran su dinero. A los siervos o esclavos se les podía confiar una pequeña cantidad (peculio), pero no más. Si los siervos de la parábola nos representan a los creyentes aquí tenemos ya una primera advertencia: ¡cuidado! No administráis nada vuestro, sino los bienes que Dios os ha dado.

El señor de la parábola confía “a cada cual según sus capacidades: 5, 2, 1”. El amo puede ser exigente como apunta Mateo, pero no es injusto. Pide a cada cual lo que puede dar, lo que les ha confiado. Este discurso es polémico hoy donde se lleva mucho aquello de premiar a todos los chicos que corren la carrera del primero al último, y también puntuar en el examen al menos los que escriben su nombre bien con un 0,5. No, no todos valemos para todo. Y no, no tenemos igual capacidad, iguales dones. Por eso no a todos se nos puede exigir lo mismo. También esto es misericordia de Dios, que no nos carga más allá de lo que podemos soportar. “Su carga es llevadera y su yugo ligero” dice el evangelio. Santa Teresa de Ávila decía que la fe nos ayuda a caminar con “plenitud, anchura y grandeza”. Esta es nuestra vocación.

Mientras el primer siervo se puso “pronto” a negociar, inmediatamente, el tercero se paraliza. Él entendió su misión de otra manera, no busca negociar y ganar más como los otros dos. Él considera que la suma de dinero es un depósito cerrado que debe custodiar. Por eso, él guardó el dinero en tierra para mayor seguridad tal y como aconsejan los libros de la sabiduría judía. Hasta aquí podemos entender un error, una confusión. Pero su discurso ante el amo le delata, oscila entre la terquedad, la protesta y el miedo. “Sabía que eras un hombre duro, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces…por eso fui a esconder tu talento bajo tierra”. Por miedo a fracasar ni siquiera intentó triunfar. ¡Cuánta gente en nuestra querida Iglesia vive este bloqueo, este afán de seguridad, este temor a hacer algo mal o imperfecto que les aleja de hacer mucho bien que es pequeño, quizás incompleto, pero posible, siempre posible!

La parábola de los talentos nos alecciona, ¿Cómo hay que vivir el seguimiento de Jesús? Conscientes, activamente, preparados para el riesgo y sin miedos. Conscientes de nuestros talentos (no de las monedas de oro, sino los otros, los dones que Dios sembró en nosotros). Activamente, no esperando que sean otros los que me digan, me pidan, me impliquen… Preparados para el riesgo, no buscando ante todo la propia comodidad y seguridad. Mirando y tomando ejemplo de Cristo que todo lo dio y arriesgó por nosotros. Tomar la voluntad de Dios en serio significa orientarse con valor hacia las posibilidades abiertas de su futuro, y no con miedo a la realidad del presente. “Quien teme no ha alcanzado aún la plenitud del amor” dice San Juan (1 Jn 4, 18). El coraje del amor consiste para Jesús en que uno no tiene por qué asustarse de Dios y sabe que está sostenido por Él, incluso en la rendición de cuentas del juicio. “Dios es abogado defensor, ¿quién acusará?” dice San Pablo.

El miedo al Señor es mal consejero. El miedo hace no mirar hacia delante sino atrás y lleva a una actitud defensiva que no produce frutos. Nos toca analizar y preguntarnos: ¿Cuáles son mis temores y miedos, Señor? ¿Cómo me condicionan? Para luego dejarlos a los pies de la cruz, y que la sangre que brota del pie de Cristo los consuma y haga desaparecer. Él vino para hacernos vencer todo miedo porque Él ha vencido también sus miedos, el miedo a morir y el miedo a estar solo. Descubrió en la cruz con gozo que el Padre y el Espíritu lo sostenían, que siempre habían estado con Él.

Víctor Chacón, CSsR