De perros e hijos. Amores difíciles. Domingo XX del T. O.

 

Nos cuesta el amor o aceptación de los extranjeros, de los que no son de nuestro pueblo, de nuestra cultura, de nuestra manera de hacer o pensar… esto es así desde antiguo. Por eso la profecía de Isaías es revolucionaria: “A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, (…) los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar”. Increíble. Dios bendice y acepta los sacrificios de otros pueblos y culturas que se unen a su adoración, a su seguimiento. No los rechaza. Ni por su color, ni por sus diferentes costumbres o usos. El profeta da un salto y reconoce la vocación universal y totalizadora de la salvación de Dios, de Yahvé.

El salmo lo reafirma: “conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”. Dios viene a salvar a “la tierra”, no a una única tierra concreta. Aunque tuvo predilección por Israel, su pueblo elegido… no por su grandeza o fortaleza, todo lo contrario, elegido por compasión y misericordia. Pero todos los pueblos son convocados a este mensaje de esperanza, vida y salvación de Dios. negar esto es entrar en discursos chauvinistas, nacionalistas y fratricidas… muy lejos de la fe y del deseo de comunión fraterna que es corazón del evangelio.

Esta conciencia de universalidad es un crecimiento que Jesús hace. Inicialmente él tiene claro una preferencia por el pueblo judío, por Israel, en su misión y anuncio profético. Sin embargo, la realidad de aquel tiempo, los fracasos en muchos pueblos judíos y la dureza de corazón del pueblo le hacen darse cuenta de eso, que Dios “elige lo necio del mundo, para confundir a los sabios”. Y que “él se revela a los sencillos y humildes de corazón, y no a los entendidos”. Jesús recalcula la dirección y prioridad de su misión y ensancha el foco. No será solo Israel. Aquella mujer cananea tuvo parte de culpa… le pidió un milagro. «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» le dijo Jesús. Y no era un insulto. Sino algo muy propio de aquel tiempo. A los no judíos, con frecuencia, se les llamaba así en círculos de Israel, “perritos”. Por eso dice lo que dice. El pan es prioritariamente de los hijos de Israel. Pero si los hijos no lo quieren o lo desprecian…

Aquella mujer, humildemente no discute su condición pagana, y se reconoce como parte de los “perritos” que en ocasiones también comen y merecen las migajas que caen de la mesa de los hijos. Ella pide solo humildemente unas migajas… esta sencillez conmueve a Jesús. Que hará el milagro por ella. Le dará lo que pide. Aprecia la fe de la mujer.

Víctor Chacón, CSsR