“Decálogo misionero”

1º. Ser lo que somos. Cuando no somos lo que somos, no somos nada: hay que unir identidad y misión. Ni yoísmos, ni legalismos, sino experimentar los valores genuinos: Rey y Reino.

2º. Recobrar una iglesia con identidad profunda, en configuración con Cristo: porque creemos en Alguien, no en algo, hemos de ver con los ojos de Cristo, sentir con el corazón de Cristo, hacer con las manos de Cristo. Y vivir una iglesia de totalidad: todos corresponsables, según carismas, ministerios, funciones, vocaciones y estado de vida.

3º. Redescubrir la mística, no solo la ética. Vivir la vida en clave de configuración con Cristo: Él es la verdad (llena mi cabeza), la Belleza (colma el corazón) y la Bondad (hace buenas nuestras obras).

4º. En relación a lo social, aplicar el n.76 de G.S., “la Iglesia en el mundo actual”: independencia y sana colaboración con todas aquellas instancias que contribuyan al desarrollo integral de la persona y al verdadero progreso de los pueblos; y que defiendan los derechos y dignidad de la persona desde su concepción hasta su fin. Es importante, como clave hermenéutica, el dogma cristológico: ni confusión ni cambio; ni división ni separación. Lo religioso no puede ser “ni enemigo ni extraño, sino compañero de viaje”.

5º. Ser despensa de utopía y de esperanza. No renunciar a encontrar valores auténticos. Frente a los colectivismos e individualismo, vivir el personalismo comunitario. Convertir la globalización en mundialización (catolicidad), que respete y potencie la idiosincrasia y singularidad de pueblos y gentes.

6º. Ni cansancio ni derrotismo; ni nostalgia ni creer que cualquier tiempo pasado fue mejor (como ocurre entre los mayores), ni creer ingenuamente que no se ha hecho nada (como prefieren pensar los adolescentes). Somos el pueblo de la memoria en medio del pueblo del olvido.

7º. A favor de los más débiles: con el Crucificado y los nuevos crucificados de la historia: Mt 25 es una página cristológica: nos examinarán, personal y comunitariamente, de la vivencia del amor. Los pobres tienen que encontrarse en nuestras comunidades como en su hogar. Por lo tanto, valentía y creatividad para redescubrir las nuevas pobrezas. Y, con un convencimiento: los pobres sólo nos perdonarán la vejación de atenderles –y darles pan o cobijo- por el amor y autenticidad que pongamos en ello (Juan Pablo II, Rema mar adentro, n 50).

8º. Cubrir el déficit eclesiológico y crear comunidades de referencia que sepan equilibrar las cuatro dimensiones de toda comunidad: fraternidad, anuncio, celebración, y compromiso. Siguen siendo válidas las leyes que hicieron posible el Vaticano II: vuelta a las fuentes genuinas de la revelación, diálogo cultural, contacto con los problemas reales de la gente (pastoralidad), defensa de la paz y de lo humano.

9º. Ser “pigmaliones” como Dios lo es para nosotros (muy positivos y siempre dándonos –y dando a los demás- una nueva oportunidad). Tender puentes, no muros.

10º. Tal vez la siguiente brújula nos ayude a seguir caminado:

– Norte: Dejar a Dios ser Dios (volver a situar al Señor en la vida cotidiana y en el centro de nuestro ministerio).
– Sur: Hacer posible comunidades vivas de referencia.
– Este: Desarrollar procesos nuevos de iniciación que hagan personas nuevas (antropología genuinamente cristiana).
– Oeste: Favorecer redes sociales y culturales nuevas (para hacer posible la civilización del amor y de la vida).

Mons. Raúl Berzosa
(Obispo auxiliar de Oviedo, España)