DEJAR CRECER A DIOS EN NOSOTROS, Domingo XI del T. O.

 

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola”. ¡Qué poco tenemos que hacer para ser de Dios! Según este Evangelio es dejar hacer. Activar en nosotros ¡la pasividad! Aunque suene a contradicción poética es muy cierto. Necesitamos aprender a estarnos quietos y callados para poder escuchar, percibir y sentir lo que el Dios Bueno pone en nuestra vida y en nuestro corazón. La pasividad espiritual, entendido como “el aprender a no imponer nada a Dios” y buscar ante todo lo que Él quiere de nosotros.

San Agustín decía que el sembrador “confía” la semilla a la tierra. Hace un acto de fe. Él solo la entierra, la riega y espera el milagro. Espera que la naturaleza obre. ¿y si comenzamos a entender así también nuestra vida? Desde un acto de fe. Nosotros preparamos la tierra, la removemos con la oración, la abonamos con nuevas lecturas y conversaciones que nos hacen bien, le confiamos la semilla que somos -nuestras obras y palabras- y toca esperar la acción de Dios. Es la preciosa tarea de aprender a SER creyentes y no a “practicar ritos religiosos”. Es muy diferente. “En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi roca no existe maldad”. Así es la vida de los justos, los fieles a Dios, dan fruto hasta en su vejez. Le son gratos con su humildad y mansedumbre, con su dejarse hacer por Él.

Corintios da una buena clave: “Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor”. A pesar de las dificultades de esta vida, y de saber que no estamos en nuestra patria definitiva que es el Cielo, estamos llenos de buen ánimo. Somos personas de esperanza. Caminamos en la fe, dice él. No vivimos de modo egoísta cultivando nuestro ego y nuestro cuerpo (sus placeres y su belleza no es nuestro centro). Y sí, sí vivimos buscando al Señor, su reino aquí en la tierra, en las pequeñas cosas que como el grano de mostaza pueden transformarse en enormes realidades que cambian su entorno para albergar vida.

¡Que tú crezcas en nosotros Señor! Y que nosotros lo permitamos.

¡Que tú pongas tu semilla buena en nosotros, Señor! Y que nosotros no la desenterremos.

¡Que tu gracia inspire y acompañe nuestra vida! Y que nosotros la acojamos como rocío de tu Espíritu que nos salva.

Víctor Chacón Huertas, CSsR