“DIOS NO HACE DISTINCIONES”, DOM. XXIX T.O.

A los fariseos y herodianos se les escapan varias verdades en la pregunta trampa que hacen a Jesús para tener de qué acusarle. El subconsciente le traicionan cuando dicen: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con verdad; además, no te importa de nadie, porque tú no miras la condición de las personas”. Es un recurso clásico del discurso, la captatio benevolentiae, que busca captar la atención con agrado de alguien antes de oponerse a él con algún planteamiento. Quieren ganarse la simpatía de Jesús con estas alabanzas, pero no saben que a Jesús no se le compra tan barato, hay que dar la vida, entregarse a fondo.

Él, que verdaderamente enseña el camino de Dios con verdad, no mira la condición de las personas. No da trato preferente a nadie. No cuela a nadie. No hace excepciones en lo que es justo y necesario ante Dios y ante las personas. De nadie se aprovecha. A nadie oprime. A nosotros en cambio, como a los fariseos y herodianos, nos encanta el trato de favor, ser cliente VIP, tener lugares privilegiados en el cine o el teatro, ser tenidos por más que otros. Que nos cuelen en la fila, no tener que esperar largas colas. Eso no va con Jesús. Él se dejó bautizar en el Jordán “pasando por uno de tantos”, puesto en la fila de los pecadores.

“A Dios lo que es de Dios”. Solo a Dios se le debe reverencia, honor y gloria. Sólo tiene sentido adorar a un Dios inmortal y eterno, pues lo otro sería confiarse a cosas perecederas e inconsistentes (idolatría). A Dios le debemos como creyentes un sentido central en nuestra vida. Una búsqueda total y sincera de su voluntad, del bien, la verdad y el amor, que Él ha sembrado en nosotros con su Hijo y el Espíritu que nos ha dado. La oración sí, pero también las obras de la justicia, la rectitud, la integridad. No racaneemos lo que a Él le corresponde, el lugar primero. “Al César lo que es del César”. Por supuesto que hay que pagar impuestos y seguros sociales queridos herodianos. Y ¡ay del que defraude un solo céntimo! No podemos aplicar aquí también una doble vara de medir: desear buenos servicios y no colaborar con las arcas públicas. Nuestros fraudes, engaños y subterfugios restan valor a nuestras críticas. Fue don Bosco el que con insistencia decía que sus alumnos debían ser “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Lo uno no se entiende sin lo otro. Honradez y bondad van necesariamente de la mano.

Tesalonicenses sintetiza bien: “En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo”. Una fe activa, operativa, que busca actuar con justicia. Un amor que se esfuerza día a día. Y una esperanza firme que sabe en quién se apoya, porque da “a Dios lo que es de Dios”.

Víctor Chacón, CSsR