“Dios se alegra y goza contigo”, domingo III de Adviento. Gaudete.

Son preciosas las palabras del profeta Sofonías: “Alégrate, hija de Sión, grita de gozo Israel; regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo”. Es un canto de liberación, de victoria, de triunfo sobre la opresión. Ya no tienes enemigos, Dios te ha liberado poniéndote en paz con todos y con todo. Hasta contigo mismo te ha pacificado. Qué difícil es vivir reconciliados, sanados interiormente, integrados. Que lo que digo y lo que hago vayan de la mano, haya coherencia e integridad. Nada oculto. Nada vergonzoso. Transparencia. Pureza. Autenticidad. Esos son los valores que dominan la vida de quien deja a Dios entrar y actuar. Sigue el profeta diciendo: “El Señor, tu Dios, está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta”. Se ha perdido un matiz de Sof 3, 17 en esta versión, otras, en cambio señalan: “el Señor danza de júbilo por ti”. Qué imagen tan poderosa: ver a Dios danzar de alegría, de gozo profundo por nuestra vida. ¿Os lo imagináis? Pero muchas veces somos incapaces de imaginarlo. Vivimos asfixiados por la exigencia, el perfeccionismo, el ver sólo los errores, las manchas, lo torcido… incapaces de dar una palabra amable a otro, de aprecio y reconocimiento. Y lo que puede ser peor, incapaces de darnos esa palabra amable a nosotros mismos. Y eso, hermanos, nos roba la alegría. Nuestra escasa capacidad de reconocer, alabar y agradecer lo que Dios tímidamente hace en nosotros y en nuestro mundo. Esperamos obras grandiosas, cambios espectaculares… pero necesitamos reconciliarnos con lo pequeño. Porque es lo pequeño lo que Dios más ama y donde elige nacer: Belén, una muchacha joven y un pesebre.

Filipenses también es claro: “Alegraos. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios”. Nada os preocupe. Rezad. Aprended a “descansar en el Señor” vuestras luchas y afanes, vuestros proyectos. Como hacía el discípulo amado en la cena, recostado sobre el pecho del Señor. Necesitamos retomar una oración más pausada, que nos dé identidad, que nos haga más suyos y “menos nuestros” o “de otros”. Una oración donde llevar la vida, una oración que nutra e impulse mi vida y la depure -como los metales- de la ganga y la suciedad que se le pega con el paso del tiempo.

Las enseñanzas de Juan son también válidas para nosotros hoy: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». «No exijáis más de lo establecido». «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga». Se ve clara la línea para que crezca el gozo de Dios en nosotros: Compartir, no exigir más de lo debido, aprender a contentarse sin extorsionar ni aprovecharse de nadie. Aquello a lo que Laudato sii nos invita: aprender a ser feliz con menos cosas, con menos consumo. Sin sentirse menos por ello. Desarrollar un modo de vida sostenible, sabiendo que no tenemos que vivir en la avidez de los primeros puestos ni en la lucha de tener más o lucir más. Sino en la gozosa alegría de sabernos ya amados y bendecidos por Dios. Imaginando su alegre danza ante nosotros.

Víctor Chacón, CSsR