Dios se revela en la vida (Domingo II T.O.)

La Palabra de este domingo está llena de preguntas y de interpelaciones muy concretas o “¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?” (1 Cor). Somos seres habitados, “castillos habitados” decía Santa Teresa de Ávila. Y muchos pasan su vida sin gozar ni descubrir la presencia del Huésped que nos habita, merodean por fuera del castillo donde habitan las alimañas y se tira el agua de las letrinas… y se pierden el tesoro y el regalo que les habita, que son, ellos mismos. El reto de nuestro tiempo no es otro que este: educar, formar, a personas que sepan que son habitadas por Dios y que conecten con su propio interior sin miedo.

Esto mismo es lo que experimenta el joven Samuel en sus revelaciones en sueños. Cuando oía una voz que le llamaba y acudía al sacerdote Elí a pedirle que le mandara algo. “Aquí estoy porque me has llamado”. Tres veces despertó al anciano, que ya por fin entendió y guió al joven: no digas ‘aquí estoy’, la próxima vez di: “Habla Señor, que tu siervo escucha”. Tremendo. ¡Habla! Que yo escucho. Es la actitud básica de los creyentes, escuchar. ¿Cómo andas tú de escucha? ¿Cuántas cosas te distraen? ¿Cuántas músicas y ruidos llenan tu día? El silencio es esencial para poder escuchar, para poder apreciar los sonidos valiosos, para poder valorar la palabra. Necesitamos entrenarnos en una escucha atenta, serena y lúcida no sólo de palabras, sino de rostros, de emociones, de silencios. Sin escucha andaremos como el joven e inexperto Samuel despertándose y desvelando a sus vecinos pero sin atinar con descubrir quién le llama y ante quién tiene que ponerse disponible.

Es el mismo ejercicio que tuvieron que realizar los discípulos de Juan Bautista. “Los discípulos de Juan oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Oyeron y siguieron. La escucha de nuevo es lo primero. Antes de ponerse en camino y seguir a Jesús, escucharon lo que su maestro tenía que decirles. La siguiente parte es también fascinante. Ante Jesús que les dice: “venid y lo veréis”, ellos “fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima”. Juan evangelista todavía recuerda la hora exacta en la que comenzó a seguir a Jesús, quedó grabada a fuego en su corazón. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él, hicieron experiencia con su nuevo maestro. Y desde aquel día hasta su muerte en la cruz, Juan jamás se separó de Jesús. Fue el “para siempre” que dio con su vida, como el de los matrimonios el día de la boda o los sacerdotes y religiosos el día de su consagración. El Señor nos sigue invitando a ser sus discípulos, a nosotros también va ese “venid y lo veréis”. Necesitamos acercarnos a Él, hacer silencio, interior y exterior (vaciar el alma de ruidos y preocupaciones, dejando todo en sus manos por un momento) y escuchar. Es el paso imprescindible para saber a quién seguimos y dónde le seguimos.

Víctor Chacón, CSsR