DOMINGO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

“Yo no resistí ni me eché atrás… no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda… sabía que no quedaría defraudado”. Los cánticos del Siervo de Yahvé se cumplen a la perfección en Cristo. Él no se resistió ni se echó atrás. No se escondió cuando fueron a prenderlo, no esquivó las acusaciones que le hacían, no suplicó clemencia o piedad ni pidió libertad. Sino que afrontó su destino: la cruz. Mansamente, “como cordero llevado al matadero”, sabiendo que era algo inevitable. Hacía falta un “chivo expiatorio”, alguien debía calmar la sed de venganza y de sangre que tenían los injustos agresores, sus deseos de justificarse ante Dios, culpando a otro aunque fuera inocente. Jesús decidió encajar todos los golpes, recibir todo el odio, ser objeto de todas las burlas y mofas, recibir bofetadas y escupitajos… para que otros no lo recibieran. El inocente asume la culpa y el castigo que merecen los culpables. Es el mundo al revés. Él pagó por nosotros la cuenta, por eso dice la Palabra “sus heridas nos han curado” (Is 53, 5).

El relato de la pasión del Señor, que ya se lee completo el domingo de Ramos, tiene retratadas todas las pasiones humanas posibles: miedo, ambición, cobardía, traición, silencio culpable, abandono del amigo… pero al mismo tiempo, mirando a Jesús, encontramos la fórmula más completa posible del Amor gratuito, generoso y desinteresado que pueda haber. “No retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo”. El amor sincero hace esto, habla de abnegación, de capacidad de sacrificio, de entrega total y sin límites. Es lo opuesto a la búsqueda de comodidad, placer y bienestar propios. La superación de la actitud terrible de aquellos que “se cierran a su propia carne” como dice Isaías y solo miran por sí mismos, por su ombligo, por su interés.

“Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. El amor de Cristo por Dios y por su pueblo le hace beber el cáliz de la Pasión. Un cáliz que no quiere, que no le atrae, que no busca. ¿A quién -en su sano juicio- le iba a atraer sufrir la Pasión, experimentar dolores, soledad, abandono de amigos y conocidos? A nadie. Tampoco a Jesús, en esto también es totalmente humano. Sólo se une a este cáliz, desde el convencimiento de que no hay otro camino, frente a los poderes del mal, y para dar esperanza a los sufrientes de este mundo que sufrir con ellos y como ellos. Por eso al final pronuncia “Hágase tu voluntad” como en su día hiciera su madre, la Virgen ante el ángel abriéndose a los misteriosos planes de Dios que no entendía del todo, pero que sabía iban a traer vida y bendición al mundo.

El sentido de la pasión. “Bebed todos, porque ésta es mi sangre de la alianza que es derramada por muchos para el perdón de los pecados”. Así recoge Mateo el momento de la última cena de Jesús entregando el cáliz a sus discípulos y dándole sentido a la entrega que iba a realizar en la cruz. Me quedo con dos expresiones que clarifican mucho: “mi sangre es derramada por muchos”. Y “muchos” se preguntarán: ¿Por qué dice “muchos” y no “todos” como antes se decía? 3 razones expresó Benedicto XVI en su día para este cambio en la traducción del texto bíblico: 1. Fidelidad al texto original (en hebreo no existe la idea ni el concepto de totalidad, con lo cual Jesús no pudo decir “todos” aunque su intención fuera ésa). 2. Por sentido ecuménico, por unidad con las otras iglesias cristianas que ya traducían este texto del Evangelio como “por muchos”. 3. Por sentido teológico, aunque la entrega de Cristo no haga acepción de personas y no la hace, decir “muchos” ayuda a entender que su salvación no es automática, ni impuesta ni obligatoria. Se salvarán aquellos “muchos” que, en su libertad y fe, deseen acercarse a Cristo, acoger su sacrificio, dejarse guiar por su Palabra y por su gracia. (“todos” no ayudaba a entender este paso necesario en la libertad del discípulo que acoge y se deja salvar por el maestro, que pone algo de sí). O como decía San Agustín magistralmente “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Hemos de sumarnos y acoger lo que significa la Cruz, la entrega salvadora de Cristo, de amor, de sacrificio, de gracia… y dejarnos configurar por ella. Así, y solo así, uniéndonos a Él y a su cruz, seremos de los muchos, muchísimos que se salven.

Víctor Chacón, CSsR