Domingo de la Sagrada Familia

“Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos”. Colosenses apunta a la compasión y la humildad como claves en esa convivencia familiar entre cristianos. Imitar al Dios compasivo y misericordioso, que a todos conoce y perdona, “se acuerda de que somos barro” como dice el salmo. Solo desde el perdón y el cariño es posible rehacer y continuar la convivencia familiar y sanar tantos roces y heridas frecuentes en el trato humano. ¿Estamos dispuestos al perdón? ¿tendemos lazos a los hermanos o nos enrocamos en argumentos clásicos como: “no tiene la razón”, “no me entiende” y “no me quiere”. Sí que es cierto que con ciertas actitudes de soberbia y cerrazón es difícil dialogar o lidiar, y quizás solo queda rezar y pedir a Dios que se ablande el corazón y el tiempo haga su efecto.

“Una mutua sumisión y cariño”. Al final esto es lo que Colosenses expresa y pide a los matrimonios, aunque lo exprese torpemente y en las categorías de una época marcada por los patriarcas de familia… donde parece que a todas luces se le exige más a la mujer y se le da todo el poder o privilegios al varón. El cambio de época y la sensatez nos tiene que ayudar a entender este texto en su contexto. Y ver que también pide a los hombres gestos de cariño y benevolencia hacia la mujer. Y moderar su uso de la autoridad por la norma básica cristiana: el amor al prójimo. Otra cosa no tendría sentido. Las parejas cristianas han de construirse sobre una mutua colaboración y cariño, donde escuchar y comunicarse al otro son esenciales. El sentido del humor ayudará a una aventura que a través de los años se complica y a veces se puede hacer pesada… También el sacrificio es amor. Sacrificio que habla, o calla, o cuida, o anima… o espera.

Lucas presenta al anciano Simeón y a Ana la profetisa. Y del primero dice algo curioso: “Y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo”. Tres veces menciona la influencia y la fuerza del Espíritu en la vida del anciano Simeón. Un Espíritu que mora en él, que le habla y sugiere, y también le moviliza a actuar. Es un desafío tomar así la vida cristiana, abiertos al Espíritu, en diálogo y escucha atenta del mismo: ¿Qué pides de mí Espíritu Santo? ¿Dónde quieres llevarme? ¿Qué quieres de mí en esta circunstancia, con estas personas en este momento? ¿ Cómo llevar tu luz aquí?

Para que las familias cristianas funcionen y gocen de buena salud, necesitamos a hombres y mujeres del Espíritu, dóciles a Él. No a cristianos fanáticos que repitan consignas o que crean que ya saben todo. La dureza de su carácter y la cerrazón de su corazón aparta del diálogo sereno y abierto con el Espíritu, porque… ¿cómo se va a percibir las sutilezas del Espíritu si estoy gritando mis razones? ¿cómo acoger sus mociones y sugerencias si solo busco que se cumpla mis planes y deseos?

Víctor Chacón, CSsR