Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

 

La clave para entender la Pasión del Señor tal y como ocurrió está en Isaías 50. Él nos da los rasgos de este Cristo redentor que asume la cruz como lugar extraño para revelar el amor de Dios:

“El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento”. Es la compasión lo que movió a Jesús durante toda su vida terrena. La suya fue y será siempre una existencia compasiva con pobres, pequeños y sufrientes… con toda desgracia humana. Su muerte también lo es. Muere compasivamente, escuchando a sus acusadores, hablando con ellos, consolando a las mujeres que lloran, dando ejemplo de mansedumbre y bondad hasta el final. ¿Es mi vida una existencia consoladora para los demás? ¿sé decir al abatido por la vida una palabra de aliento, aunque tampoco yo esté muy bien? ¿o solo busco ser consolado?

“El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás… no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. La Pasión no es un acto pusilánime de un Jesús blandengue y debilucho. Al contrario, muestra la fortaleza, la valentía, el dominio de sí de un hombre que ha llegado a su plenitud y madurez, que sabe lo que está haciendo. Que sabe que está en el momento y el lugar adecuado, a pesar de que no le guste, no huye. Jesús afronta su pasión porque es el desenlace natural de su vida, de su existencia compasiva, de su predicación contracultural y transformadora. Le matan por predicar la salvación por la Gracia y no por la Ley. Le matan por perdonar pecados e igualarse a Dios. Le matan por cuestionar el Templo y el culto de los sacrificios animales y los cambistas (donde se comerciaba con el perdón divino). Le matan por curar enfermos, tocar leprosos, liberar a la adúltera…

“El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes…”. Saberse acompañado en el dolor. Saber que no sufre solo, sino que el Padre y el Espíritu están con Él. Este es también el sentido del Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. No es un grito de desesperación que duda de la existencia de Dios o de su bondad… es un grito de desesperación que busca a Dios desde el dolor y la soledad, desde el sufrimiento y la cruz. Hay que leer entero el salmo para entender el grito rotundo de fe que invoca y busca el auxilio de Dios pese a todo mal.

Al igual que las gentes que gritaban ¡Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor!, nosotros queremos seguir a Cristo, aunque sea complejo el proceso de seguimiento. Hay que revisar la fidelidad de nuestro seguimiento a Cristo. Con las palmas y ramos son muchos los que reciben a Cristo como Mesías entre gritos de júbilo… pero ninguno de esos detuvo a los acusadores ni evitó el final cruento de la vida de Jesús. Van desapareciendo, les va entrando miedo y se dispersan… era difícil ser seguidor de Jesús en esas condiciones. Asumir riesgos para la propia vida, ser insultado o escupido como Él… ¿hasta dónde estoy dispuesto yo a llegar en mi seguimiento de Cristo? ¿Cuál es mi compromiso con Cristo? ¿Soy creyente solo en los momentos de júbilo y celebración, pero luego prefiero una fe que “no me complique la vida” y me deje tranquilo?

“¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!”. Es la declaración de fe de un soldado romano pagano. Cristo muere provocando fe, impactando aún en la gente sencilla que es capaz de abrir los ojos y darse cuenta de lo que ocurre. Los tozudos fariseos y escribas siguieron cerrados en sus esquemas religiosos de cumplimiento, condenando a muerte y rechazando lo que en ellos no cupiera. Sin embargo, un soldado pagano sin mucha instrucción religiosa, supo ver a Dios en aquél hombre condenado a muerte. Ojo a juzgar por el exterior la grandeza de corazón o la valía humana. Jesús nos revela otras claves para amar y entregar la vida, el centurión lo supo ver.

Víctor Chacón, CSsR