Domingo II de Adviento, “Convertíos, está cerca el reino de los cielos”

A la llegada del Mesías le acompaña una preciosa profecía de paz que formula así Isaías: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja”. Es la mansedumbre total. Todo ha hallado paz junto al Rey de la Paz. Nadie agrede a nadie. No hay violencia, no hay miedo, ni tampoco tristeza.

Profundamente unida a esta Paz que trae el Mesías está la Justicia. Él viene a hacer justicia, “la justicia será ceñidor de su cintura”. Justicia que viene de la mano del día del Juicio que llega con Él. La Palabra nos invita a tener una confianza ciega y total en la justicia de Dios. De hecho la expresión hebrea “sadoq” habla del juicio como “Dios que hace justicia”, Dios que ilumina (como si usara un foco potente) y revela los misterios y nos ayuda a encajar esas partes oscuras que nos hicieron sufrir y que no entendíamos. El juicio trae esto, ¡luz! No hay nada que temer ante el juicio de Dios. Nada que temer siempre que no se haya obrado con maldad, premeditación o egoísmo. Los pobres y sencillos se acercarán con gozo al Padre y recibirán su abrazo, sin miedo.

Y aunque hubiera habido alguna maldad egoísta, no está todo perdido. Queda la invitación que hace el Bautista y que repetirá Jesús en su predicación: “convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Una invitación al cambio que ha de nacer del arrepentimiento, del deseo de mejorar, de la insatisfacción. Estar insatisfechos no es tan malo, a veces es el único remedio para mejorar y cambiar. Si vivimos contentándonos y anestesiando la conciencia siempre nos parecerá que “las cosas no están tan mal” y que bueno, después de todo, “no somos tan malos, más o menos como todo el mundo”.

Juan Bautista es “la voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Él viene a preparar el terreno para la siembra del Mesías, para su predicación generosa, para que “demos el fruto que pide la conversión”, como él mismo señala a los fariseos y saduceos. El reino de Dios está cerca de ti, en tu corazón. El problema está -como decía San Agustín- que, en ocasiones “Tú estás dentro de mí y yo buscándote fuera”. Y así, no nos encontramos. El Adviento nos llama a la interioridad, a revisar y habitar nuestros desiertos, y a escuchar allí la voz que clama y que nos pide conversión, crecimiento, espera confiada… Sigamos invocando con fe “Marana Tha, Ven Señor, Jesús”. Sabiendo como dice el prefacio de Adviento que usamos estos días que “Él viene ya cada día, en cada persona y en cada acontecimiento”. Él viene, pero ya está -como el reino- dentro de nosotros esperándonos.

Víctor Chacón, CSsR