Domingo II del Tiempo Ordinario. “Él me puso en la boca un cántico nuevo”.

 

“Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído…”. El salmista de este domingo (Sal. 39) nos invita a rezar esto, un cántico nuevo. Y un cántico de salvación y gozo por haber sido redimidos. Por habernos abierto “el oído” a su Palabra de vida. Es solo en la escucha y diálogo con esta Palabra que crecemos como creyentes, que podemos entrever el camino a seguir. No carece de importancia que diga eso de “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas” porque indica la gratuidad y generosidad del Amor de Dios, Él no quiere pago o compensación de ningún tipo por darnos su perdón. Su perdón es gratuito, generoso y siempre inmerecido, así es la gracia que nos renueva y nos une a Él.

Juan, el Bautista, da su testimonio sobre Jesús diciendo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». El Cordero, animal manso ofrecido en sacrificio para borrar los pecados del pueblo, ofrenda a Dios. Jesús se hace a sí mismo cordero. De hecho, Juan Evangelista dirá en su relato de la pasión que Jesús muere a la hora que sacrificaban los corderos en el templo de Jerusalén, se oían de fondo los balidos de los corderos mientras él moría en la cruz. Es importante que miremos bien la frase del Bautista, en el centro está Jesús como cordero. El sujeto de la frase no es “el pecado”. En el centro de su argumentación no está el pecado sino Jesús redentor, aquel que nos salva. Y es importante que mantengamos cada cosa en su lugar. Lo central no es nuestro pecado, nuestra debilidad… si hacemos esto construimos una religión falsa de gente obsesionada y que solo se mira a sí misma, como si de tanto mirarse pudieran cambiar algo en ellos (cosa harto difícil). El centro es Cristo Cordero, Cristo Salvador, aquel que viene -ahora sí- a quitar todo pecado, sufrimiento, angustia y mal de nuestras vidas. Y llevarnos, con Él y el Padre, a una vida más plena guiados por el Espíritu.

Lo dijo en su día estupendamente Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Se comienza a ser cristiano por el encuentro con Cristo, con su evangelio, con su salvación. No por nuestros ejercicios místicos o teológicos o morales de ser mejores personas, más rezadores o más sabios.

Por dos veces dice el Bautista en su testimonio “Yo no lo conocía”. Pero, parece que cuando lo conoció, le cambió la vida. Conocer a Cristo transforma, reconfigura de un modo nuevo. Mantener esta relación y diálogo de la fe hace que la vida tenga un sentido y un horizonte nuevos. Es bueno que vivamos en esta clave personal y relacional nuestra fe. Con Cristo cordero/sanador y con mis hermanos de comunidad con quienes comparto y celebro la fe. Ya que nos salvamos como “pueblo”, como “comunidad” y no aisladamente.

Víctor Chacón, CSsR