Domingo III de Cuaresma: “Señor, dame esa agua. Así no tendré más sed”.

Es la actitud la que marca la diferencia. He conocido a gente feliz y sonriente en medio de luchas y escasez. Y he conocido personas que nadaban en abundancia, lo tenían todo (o eso parecía) y profundamente desgraciadas. Todo es posible.

“Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá”. El reto está aquí en no endurecer el corazón sino tener una vida permeable a Dios, a su Palabra, a su mensaje.

La samaritana nos enseña esto. Estaba allí, en el pozo, en sus labores cotidianas… pero no tan absorta como para dejar de hablar y saludar a Jesús que llegaba, acoger su saludo y entablar conversación.

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». ¿Qué aguas buscamos nosotros? ¿Adónde acudimos a apagar nuestra sed? ¿A las aguas de Dios? ¿A los pozos humanos? ¿tiene mi vida profundidad, hondura? ¿O vivo muy en la superficie? ¿Cuáles son mis preocupaciones, mis conversaciones… en qué invierto mi tiempo y mi dinero? “Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. Es bueno revisar de vez en cuando y mirar a qué le estamos dando el corazón.

Jesús tuvo una conversación sanadora con la samaritana, desde su verdad, y halló paz. Dejó que la verdad emergiera. Ella se abrió a la fe en el Mesías y se convirtió en testigo de Jesús y misionera para otros. Nos falta dar estos pasos también a nosotros. Más conversaciones sanadoras, cristianos que se dejan acompañar espiritualmente -que se toman en serio su camino de fe- y que anuncian aquello que creen y viven. Ahí está el reto. La samaritana nos lo plantea.

Víctor Chacón, CSsR