Domingo III de Pascua: PARRESÍA, cristianos valientes, con la fuerza del Espíritu

 

Lucas Recoge bien la transformación que pide la Pascua en nosotros. “Él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo»”.

Los discípulos pasan de estar “aterrorizados y llenos de miedo” a predicar con valentía el mensaje de la fe. Probablemente este cambio no es inmediato, es un proceso que dura semanas, meses o incluso algo más… dependiendo de cada quien y de la dureza o resistencia de cada corazón. Más tarde dirá Lucas que Jesús “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Estoy convencido de que Jesús sudó lo suyo para abrir “algunos entendimientos”, algunas cabezas muy duras y cerradas.

¿A qué tengo miedo yo? ¿Hay algún temor que siga pululando en mi vida: el fracaso, la soledad, la condenación…? Es tiempo de superar miedos, la Pascua de Cristo nos lo pide y nos da fuerzas para ello. No caminamos solos. Tenemos que aprender a vivir con el Huésped invisible, el Espíritu. Que camina a nuestro lado, nos fortalece, nos sana y es experto en guiar y orientar, en encontrar los caminos de vida y salvación que llevan a Dios.

Superar el miedo lleva a los discípulos a la siguiente actitud que describe con frecuencia Hechos de los Apóstoles: la valentía y la libertad en el hablar. Pasan del temor a hablar (por miedo a ser apresados y asesinados como Jesús), a no poder callarse la Buena Noticia que llevan dentro. Predican en plazas y esquinas, al abierto, a plena luz del día. Predican en sinagogas y casas, a tiempo y a destiempo… sin descanso y ya sin miedo. ¿Cómo llevas tú esta invitación al Testimonio que pide la fe? ¿Eres testigo de Cristo en tus ambientes u ocultas tu fe y lo llevas como algo privado y vergonzante? Tu vida será el único Evangelio que mucha gente pueda leer (decía S. Francisco de Asís), así que procura ser legible y un testimonio alegre de Jesús… que invite a creer. Un cristiano triste es un triste cristiano… y no falta razón. Tenemos motivos para la alegría y la esperanza ¿o es que no terminamos de creer en la resurrección y los deseos de salvación de Dios?

Pedro dijo a la gente según la 1ª lectura de Hechos: “El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato…”. Es curiosa esta expresión judía: “El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Le preguntaron a un rabino porqué se dice así… repitiendo tres veces Dios, como si fueran tres dioses distintos. Y dijo: Porque Dios se reveló a cada uno de una manera diferente, Dios entabló con cada uno de ellos una relación personal y única. Por eso se repite así. Nos falta esta comprensión en la Iglesia hoy, esta flexibilidad que tolera y admite distintos caminos para llegar a Dios. No todos tienen que transitar por el mismo camino. No todos los creyentes tienen que hacer las mismas experiencias, rezar del mismo modo, ir a los mismos retiros ni escuchar la misma música o grupos cristianos… ¡bendita pluralidad que el Espíritu suscita en la Iglesia! No reprimamos ni uniformemos la fe, eso no es del Espíritu. A Dios no se le puede apresar ni encerrar en un único camino. Él desborda todos los caminos, todas las explicaciones y todas las melodías…

Como nos recuerda el Salmo 4: “Escúchame cuando te invoco, Dios de mi justicia; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración”. Él es el Dios que nos da anchura, nos quita miedos y nos hace capaces de hablar y dar testimonio, con valentía y profunda libertad, con palabras llenas de sabiduría y persuasión.

Víctor Chacón, CSsR