Domingo III del tiempo ordinario. Domingo de la Palabra de Dios y la Unidad de los cristianos.

No deja de ser buena y oportuna esta coincidencia: el domingo de la Palabra de Dios, que realza la Palabra como lugar de presencia y encuentro con el Dios vivo, y el domingo que hay en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Estamos unidos desde luego, por muchas cosas, pero sobre todo por la Palabra de Dios que es también Palabra de Cristo. El Hijo realiza y cumple en su vida todas las promesas y esperanzas que suscita la Palabra del Padre, lo hace gracias al Espíritu. El salmo de este domingo bien puede ser una alabanza que nos una a todos los cristianos: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida ¿quién me hará temblar?”. Protestantes, Baptistas, evangélicos, mormones, ortodoxos y las distintas confesiones cristianas de oriente estamos muy de acuerdo en esa confesión de fe y salvación en Cristo. Nos podemos unir en esa oración y alabanza. Y esa unión ya es mucho.

“Que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir” les dice Pablo a los Corintios. Y es que si toda división es molesta y tensa las cosas, cuando esa división se da entre gente de Iglesia, que profesa la fe y los valores del Evangelio (paz, fraternidad, comunión, justicia, …) la división se vuelve escandalosa y hasta absurda. Habla de un antitestimonio y de una falta total de credibilidad. Ante el mundo y muchos no creyentes aparecemos como aquellos que no son capaces de vivir aquello que predican, de cumplir aquello que decimos creer y amar. “Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo»”. Así que evitemos escándalos, enfrentamientos y divisiones absurdas y tentémonos mucho las ropas antes de tomar partido por nada ni nadie que nos enfrente a otros hermanos. No deja de ser curioso y expresivo que la palabra demonio provenga del griego daimon (que significa divisor). La obra del maligno es siempre dividir, separar, enfrentar… mientras la obra de Dios en Cristo se muestra como todo lo contrario: unir, sanar, reconciliar, converger… Seguimos otras reglas que no son las del mundo y a veces nos despistamos u olvidamos (por decirlo benignamente): “Sabéis que entre los paganos los gobernantes tienen sometidos a sus súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; más bien, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande que se haga vuestro servidor y quien quiera ser el primero, que se haga vuestro esclavo”.

Pluralidad sí, división no. En esto hemos de aprender y volver a San Agustín que con mucha sagacidad animaba a los cristianos de aquel tiempo diciendo: “En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad; y en todo: caridad”. Siempre la caridad ha de ser la última palabra y la más fuerte. Caridad y no otra cosa nos debemos unos a otros. Esto conecta profundamente con la llamada del evangelio de este domingo: “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. Convertíos habla de cambio, de transformación y renovación interior. No vale solo con maquillaje, se necesitan andamios, porque se van a tocar los pilares profundos que sostienen todo. Cambiar o estar dispuestos a cambiar en primera persona: yo. Y no querer cambiar a los demás, que es la tentación más frecuente. Hay muchas cosas en la vida que se solucionan o apaciguan mucho teniendo comprensión mutua o aceptación del otro. Y eso es un cambio que ha de darse en nosotros. Crecer en fraternidad, en amor al prójimo, en ser personas de comunión y no de división. En medir muy mucho lo que leo, pienso y digo… y quién o qué me propone ceder a esa tentación diabólica de división, de enfrentamiento, de separación de otros, de la Iglesia, de mi familia, de mis amigos… ojo porque la división es obra del maligno. Y para algunos es un negocio rentable (“divide y vencerás”), hay algunos partidos políticos, empresas, e incluso personas que siguen esta lógica perversa… ojito con ellos. Por ahí no va Dios, ni su Palabra, ni aquello que el Evangelio pide de nuestra vida.

Víctor Chacón Huertas, CSsR