Domingo IV de Cuaresma. Dejarnos recrear por Ti.

 

Solemos pensar que tenemos una opinión muy equilibrada y ajustada a la realidad, pero esto no siempre es así. De hecho, los psicólogos nos dicen que es muy fácil caer en una serie de sesgos cognitivos, a la hora de interpretar la realidad (ellos formulan 7 sesgos básicos). Uno de ellos se llama el “efecto halo”: y consiste en valorar más positivamente las acciones y características de una persona si en el pasado ya se ha evaluado positivamente alguna característica. Por ejemplo su atractivo físico, alguien de buena presencia, o alguien que me halagó de algún modo y me dijo algo bonito (solo esto ya hace que estemos predispuestos a ver más cosas buenas en esta persona, y al mismo tiempo que seamos menos críticos con ella). ¡Ojo con esto! porque nos revela que nuestra percepción de la realidad es sesgada e interesada.

Por eso “el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, más el Señor mira el corazón»”. David, hijo de Jesé, era el pequeño de sus hijos. Pastor de ovejas y quizás más enclenque que sus hermanos, aunque la Palabra nos dice -después de restar valor al exterior- que era “rubio, de hermosos ojos y buena presencia”. David va a prosperar y a ser grande desde su pequeñez, quien no estaba llamado a ser nadie ni a ocupar ningún puesto importante, cuenta para Dios. Él será rey de Israel.

Nos dice el evangelio que Jesús escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”. Algunos ven en este amasar barro de Jesús una obra creadora. Como cuando el Padre, según Génesis, crea al ser humano amasando la tierra. Jesús nos recrea, nos rehace con su presencia. Recompone las cosas que se han desajustado en nuestra vida con el paso del tiempo, las heridas que nos ha hecho nuestra historia, la relación con otras personas y nuestro propio pecado. Él amasa barro y repara lo roto, lo agrietado, lo imperfecto. Quizás sería oportuno recordar la historia de las dos vasijas de agua, la agrietada que -avergonzada- entregaba solo la mitad de su capacidad de agua. Un día oyó del aguador la invitación: “fíjate por favor, en tu lado del camino”. ¿qué has visto? Ella le responde al aguador, en mi lado del camino hay flores, muchas y muy bonitas. El aguador le responde: ¡claro! Yo, que sabía de tu debilidad, las sembré y tú al pasar las riegas siempre. Por eso, no sufras tanto por ser imperfecto, haces crecer flores…

Algunas personas están condenadas irremediablemente por una “incapacidad de alegrarse y ver lo bueno” como los fariseos, que en lugar de mirar la admirable curación de un ciego de nacimiento y alegrarse, miran que el hecho ha ocurrido el sábado contra la ley, y condenan el hecho porque “no lo ha hecho uno de los nuestros”. ¡Terrible y triste! Y ¡cuántas veces somos así! Hay otro sesgo cognitivo que es aversión a la pérdida (muchas personas consideran que perder tiene más impacto que ganar, incluso en aquellas circunstancias donde ganar o perder puede ocurrir con las mismas probabilidades). Hay mucho miedo a perder la razón, mis argumentos, mis seguridades… aunque del otro lado me esperen cosas maravillosas. Y razonamientos liberadores. Que Dios nos libre de estos miedos y sesgos, para ser capaces de alegarnos y ver todo lo bueno que Él pone en nosotros, en nuestra vida. Déjate recrear por él, no lo hagas todo solo por favor.

Víctor Chacón, CSsR