Domingo IV de Pascua, “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”.

 

En un tiempo que resalta tanto al individuo, sus gustos, preferencias, derechos y sueños personales… reivindicar la comunidad, el grupo, la pertenencia social, es un acto de profunda rebeldía. Algo muy contracultural. Por eso el salmo de hoy nos da el tono del domingo del Buen Pastor, aquello que como creyentes reconocemos y profesamos: “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”.

Ser creyentes supone saberse hechos por las manos amorosas del Padre Bueno, saberse amados, y también saber que no nos debemos a nosotros mismos: llevamos la marca imborrable de aquel que nos modeló y nos dio el ser. “Somos suyos”. “Su pueblo”, sus hijos, sus ovejas. Ya sé que no nos gusta ser “rebaño”, que nos suena a insulto, a falta de carácter y originalidad… pero si lo pensamos bien, no hay tal insulto. Somos gregarios, al igual que las ovejas, necesitamos de un grupo que nos ampare, nos identifique, con el que compartir búsquedas y metas (ya sea buscar hierba donde pastar o fines a los que entregar la vida). Hay algo de rebaño en nosotros no lo eludamos, no somos tan originalísimos como algunos pretenden. En la escucha atenta y compasiva del confesionario descubro heridas, búsquedas y debilidades muy comunes, muy iguales, muy humanas. El Buen Pastor conoce nuestro corazón y se acuerda que somos barro, y “Él entiende todas nuestras acciones” (sal. 32). Tenemos un pastor que nos entiende, que conoce nuestra masa, nuestros límites y posibilidades, nuestra gloria también.

La profecía del Apocalipsis que hoy leemos me parece maravillosa. ¿Qué ocurre si dejamos que Cristo sea nuestro Pastor, aquel que guíe nuestras vidas? “El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”. El Dios providente actúa en aquellos que permiten su gracia, que dejan espacio a su presencia, que no se empeñan en controlar todo y forzar sus planes a sus intereses y proyectos. Si dejas a Dios acampar en tu vida no te faltará nada esencial, Él te conducirá a fuentes de aguas vivas. Y Él enjugará las lágrimas de tus ojos, se acabarán los motivos para llorar. Su gozo lo inundará todo, descansaremos en Él, en su Paz, en su Presencia que acampa entre nosotros y lo llena todo. Ya no necesitamos vivir “autojustificándonos”, dándonos sentido a nosotros mismos, buscando razones… Él hará luz en todo, y esa luz bastará. Pero hay que permitir que Él acampe entre nosotros y eso no es siempre fácil, se nos cuelan muchos miedos y resistencias, mucha falta de fe.

Jesús es claro en su declaración como Pastor Bueno: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”. ESCUCHAN. Para ser de su rebaño necesitamos cultivar la escucha atenta y paciente, de su Palabra, de nosotros mismos y de los hermanos. No solo escucha de “palabras religiosas” pues Dios está en todo lugar y puede habitar en todos. Si nos dejamos caer en sus manos, nadie nos arrebatará jamás de allí. Tendremos la vida sin lágrimas de la que habla Apocalipsis, solo Luz, solo Amor, solo Bendición junto al Pastor.

Víctor Chacón Huertas, CSsR