Domingo IV del tiempo ordinario.

“Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor”. La profecía de Sofonías es una llamada profunda y sincera a reconciliarnos con nuestra pequeñez, a ser humildes. La altivez, el orgullo y el endiosamiento se llevan mal con la fe y con Dios en concreto. Y no le van a dejar señorear en su vida, porque para señorear y mandar ya están ellos mismos.

Humildad viene del latín “humus” que significa tierra. Así que está claro lo significado: el humilde es aquel que pisa la tierra, que no se sube a pedestales ni trepa mucho, que -como dice el salmo- “no pretende grandezas que superan su capacidad, sino que se contenta como el niño de pecho en brazos de su madre”.

En esta época nuestra de gran competitividad, de ánimo continuo y eslóganes de “lucha por tus sueños”, “trabaja duro y nada se te pondrá por delante”, “no hay límites”… parece que todo se pudiera conseguir con “coaching” y “personal trainers”. Y lo que se consigue muchas veces es perder -eso sí- tiempo y dinero, los kilos eso ya es más difícil. Necesitamos reconciliarnos con nuestros límites, explorarlos y reconocerlos. No, no podemos todo. No, todo el mundo vale para todo. Y no tiene que haber trauma por ello, si somos maduros y un poco estables psicológicamente. Humildad es reconocer sencilla y justamente lo que soy y lo que puedo… sin agrandarme por vanidad o pretensiones altas ni achicarme por autocompasión o mal conocimiento de mí mismo. Estamos llamados -por Dios- a ser lo que somos sin frustración ni drama, a aceptarlo pacíficamente y a ser felices dentro de nuestra piel sin querer imitar a nadie que esté fuera de ella. Ojalá.

“Fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso”. En esta idea y línea insiste Pablo a los Corintios. La pobreza y la debilidad parece acercar a escuchar la Palabra de Dios y tiene sentido. Quien es pobre y se reconoce débil, busca una riqueza y una fortaleza fuera de sí. Quien se tenga por fuerte y sabio y… no va a buscar nada en ningún sitio, sino que continuará pululando sobre sí mismo en movimientos circulares y cerrados.

Las Bienaventuranzas son, sin lugar a dudas, el gran sermón de Jesús. Su gran mensaje central y de cabecera. En ellas se encierran los valores y claves de la fe que Jesús propone. Vivir el reino por anticipado, desde la pobreza radical, la mansedumbre, el llanto compasivo con todos, el hambre y sed de justicia, la misericordia, la limpieza de corazón y la paz. Debido a los últimos acontecimientos en Algeciras me detengo en las últimas: “Bienaventurados los que trabajan por la paz” va muy unido a “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia” y “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa”. La búsqueda de la paz y la justicia tienen en sentido estricto pocos amigos, porque terminan implicando una vivencia radical y coherente, un huir de conflictos con nadie y desenmascarar muchas mentiras y medias verdades “con las que hemos pactado” falsamente. Defender la verdad y hacerlo pacíficamente es el único modo. La verdad no se puede defender con violencia, imposición o crueldad… ya que esas formas desacreditan cualquier razón que pudiera haber. Mucho menos con terrorismo. La búsqueda de la paz y la no violencia, pretender la justicia, tiende a hacer a las personas incómodas. Y a los incómodos se les “echa” o se les busca “eliminar”, es triste pero real. Y propio de fanáticos. Cuando no creo en la fraternidad ni en la paz ni en la justicia busco eliminar, machacar y humillar a quien no piensa como yo. Y eso, queridos hermanos, es fanatismo y no fe. Y eso, de modo más o menos violento se ha dado en todas las religiones, no solo en el Islam. Y atentos hemos de estar para no caer en aquello que condenamos. Que Dios nos guíe por sendas de humildad, para que sepamos escuchar su Palabra y no endiosemos la nuestra.

Víctor Chacón, CSsR