Domingo VII de Pascua (Ascensión del Señor): Dios te llama y cuenta contigo.

Nos toca leer en este Domingo de la Ascensión, que ya casi pone broche a la Pascua, el desenlace del evangelio de San Mateo. Sus últimos versículos. En ellos el evangelista ha querido dejar el testamento vital de Jesús, sus últimas instrucciones a sus discípulos. Son éstas: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Cuatro verbos: ID, HACED (DISCÍPULOS), BAUTIZAR Y ENSEÑAR. Los biblistas nos dicen que el verbo principal, que lleva la carga de la acción es “hacer discípulos” y que todo está en función de él. Las demás acciones dependen de este “hacer discípulos”, el ir, bautizar y enseñar se refiere siempre a los nuevos discípulos que la Iglesia ha de sumar.

Según la teología son tres las principales funciones de los obispos (sucesores de los apóstoles) y subsidiariamente de los sacerdotes: el triple munus o triple función: regir, santificar y enseñar. Regir en el sentido de organizar la comunidad, pastorear a los fieles, crear la necesaria comunión, como el padre o madre de familia que intenta reunir y armonizar a los suyos por muy dispares que sean. Santificar alude a la innegable función de seguir orando y celebrando los sacramentos que apoyan su sentido en la práctica vital de Jesús que sanó enfermos, perdonó pecados, abrió un sentido nuevo al bautismo, donó el Espíritu Santo, santificó las Bodas de Caná y se entregó a sí mismo como alimento en la Eucaristía y el sacerdocio nuevo. Enseñar es la otra gran función de Cristo, enseñar la Palabra de Dios y su sabiduría, hacer crecer en la conciencia de apertura y relación con el Padre Bueno y su Palabra en el Espíritu, iluminando siempre la vida de sus discípulos.

Desde hace mucho tiempo (época de Cristiandad, donde el cristianismo era algo social y común) la Iglesia se ha dedicado con esmero a celebrar sacramentos (santificar) y a proclamar la Palabra y el catecismo de la fe católica (enseñar), pero parece que se olvidó de hacer discípulos. Parecía que no era necesario, porque los templos estaban llenos… hoy pagamos las consecuencias de aquella maravillosa comodidad. Una evangelización seria, decidida y radical es más necesaria que nunca. Un saber proponer la fe con tacto, pasión y cariño. Que Jesús se vaya es el signo claro de que comienza el tiempo de la Iglesia, el tiempo de los discípulos, en el que nos toca seguir sembrando su Palabra y proponiendo su mensaje de vida y salvación.

Se hace necesario recuperar la conciencia de vocación. De vocación bautismal. Dios te llama, cuenta contigo, sí, sí contigo: “El Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama”. Esto ha de ser un ejercicio serio y sincero de cada creyente ante Dios en diálogo orante: ¿Vivo yo Señor, según la vocación que tú me has dado? ¿Realizo aquello que tú pides y esperas de mí? ¿Uso los dones que me diste? Una vez conquistada esta conciencia de llamados, nos queda armonizar las llamadas en la “orquesta de la comunidad”, sumar mis fuerzas a las del hermano, restar protagonismos individuales y aprender a ser-con-otros, a ser-en-comunidad y en comunión. La dinámica de Jesús y del evangelio es ésta: hacer que los otros crezcan y yo mengüe, anonadarse. ¡qué difícil y qué auténtico!

«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”». No os toca conocer los tiempos… no queráis saber tanto ni controlarlo todo. No metáis prisa a los demás en su camino ni pretendáis que todos vivan vuestro proceso. Permite que cada hermano haga su camino, esto es lo sano. Y que los pastores hagan su función de acompañar. La gran misión que Jesús nos deja es “ser sus testigos, hasta el confín de la tierra”. Ser testigos del resucitado en lo cotidiano, con mi vida, mis obras y palabras, mis acciones y compromisos, mis relaciones y mi tiempo libre… ¡testigos que han visto, oído y creído!

Víctor Chacón, CSsR