Domingo XI del T. O. “Del mérito a la gratuidad, un cambio necesario”.

 

La carta a los romanos nos sorprende este domingo con su lógica aplastante y salvadora (a la vez): “Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”. El mayor y más profundo acto de amor, que es sin duda entregar la vida, se hizo en el momento que menos lo merecíamos señala Pablo. Con lo cual se evidencian dos cosas: que Dios no actúa movido por el agrado personal, por la preferencia, ante la docilidad o méritos de sus hijos; y segundo, que a Él solo le mueve un amor libre, desinteresado y gratuito.

Esta gratuidad ha de estar en la vida espiritual y humana de los cristianos. No debemos de pensar que con nuestra vida espiritual, oraciones, limosnas y méritos “conquistamos” o “compramos” el perdón de Dios. Ésa es una lógica tan perversa como falsa. Así el prefacio común IV de la Eucaristía dice: “Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación”. No necesitas… no es un Dios pedigüeño ni que busque nuestra alabanza. La motivación para orar no ha de ser “cumplir” o “agradar a Dios” sino acoger el don, el regalo inmenso, que Él nos da de su cercanía, su presencia, su Palabra, la luz de su gracia en nuestras vidas. Vivir desde la gratuidad y no desde el cumplimiento (o la exigencia divina) es profundamente liberador y sanador. Pues ya no tengo a un Dios que todo lo ve, lo sabe y lo juzga, meneando la cabeza y desaprobando mis acciones y mi falta de rezos… sino a un Padre bueno y comprensivo que acoge con gozo cada cosa que hago, movido por su Espíritu.

Mateo dice: “al ver Jesús a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor»”. A Jesús le mueve la compasión. No simplemente hace las cosas desde un obedecer y ejecutar las órdenes de su Padre. Él permanecía con los ojos bien abiertos y los sentidos atentos… esperando en lo cotidiano el mensaje de Dios. Y el mensaje llegaba siempre. Vio a mucha gente sola, extenuada y abandonada… como ovejas sin pastor. ¿Qué ves tú en tu día a día? ¿Permaneces con los ojos y los sentidos despiertos o vives “rutinizado”? Ese nivel de compasión de Jesús solo se logra con un corazón que aprende a latir al ritmo del Padre Bueno, que aprende a mirar y a escuchar como solo Dios lo haría. Y eso se aprende, se ensaya, se logra… con oración gratuita y ayuda del Espíritu, y mucho “ensayo-error” hasta que nos salga. Ánimo con este ejercicio tan evangélico como santificador. Escuchar y acoger lo que me viene de fuera, donde Dios habla, donde Él también está.

Víctor Chacón, CSsR