“El auxilio me viene del Señor” o la fuerza de la oración. Domingo XXIX del T. O.

 

En esta sociedad nuestra de la eficacia y el pragmatismo, no caben los milagros y la oración suena a pérdida de tiempo. Las vidas entregadas a Dios (sacerdotes, religiosos, monjes y monjas, misioneros… son poco menos que un absurdo y un desperdicio total). ¿Qué sentido tienen? ¿Qué efecto directo tienen? ¿Realmente merecen la pena? En la misma línea del absurdo de lo religioso está la oración para nuestro tiempo y nuestra cultura “fast”, donde todo ha de ser rápido, inmediato y efectivo. El propio San Lucas reconocerá hoy en su Evangelio que Cristo llega, aunque tarde un poco en llegar.

La experiencia de Moisés es que la oración va unida a la victoria, mientras él oraba, el pueblo vencía: “Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec”. A veces dejar caer los brazos, abandonarse, resignarse a la falta de solución de muchas situaciones es ya en sí, una terrible pérdida de muchas batallas. El Éxodo nos anima este domingo a no abandonar nuestras batallas, a seguir orando y confiando, ya que el Señor sostiene a los que van a caer, a los débiles, no los abandona. Él es el Dios que “ha oído el sufrimiento de su pueblo” y que no permanece indiferente a este dolor. Sino que suscitará líderes que puedan guiar al pueblo de la esclavitud a la libertad, de la oscuridad a la luz.

Quien se confía a Dios no será abandonado ni olvidado: “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. (…) El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche”. Como decía Teilhard de Chardin “Dios tiene dos manos, con una nos sostiene con otra nos acaricia”. Alguien le dijo, “Padre Teilhard, yo no siento la mano de Dios que me acaricia” y el contestó “Bueno, entonces es que Él te está sosteniendo ahora con las dos manos para que no caigas”. No dudemos de la bondad de Dios, aunque a veces algunos silencios se hagan difíciles y largos. Confiemos en su misericordia. Miremos no lo que nos falta, sino lo mucho que nos ha dado. Nos hará bien este cambio de enfoque.

El juez injusto y la viuda de Lucas son dos grandes paradigmas en la parábola de Lucas. El juez es alguien poderoso, pero falto de bondad y de corazón sin fe (ni teme a Dios ni respeta a los hombres), además es alguien inoperante, falto de decisión, señala Lucas. La viuda es para Lucas la encarnación de la dependencia y la fragilidad social, no puede nada por sí misma, necesita el amparo y la protección de los demás, necesita pedirlo todo porque no tiene derechos ni potestad por sí misma. “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar”. La conclusión del evangelista es clara, la pone en labios de Jesús: si un injusto juez humano es capaz de escuchar a la viuda y obrar el bien, ¿cuánto más Dios, vuestro Padre, estará deseando de haceros justicia y oír vuestras oraciones? Orar nos hace bien a nosotros mismos, lo necesitamos. No es un regalo que nosotros hagamos a Dios. es un regalo que Él nos hace a nosotros, escucharnos. Atender nuestra plegaria. Orar configura nuestra existencia desde otra clave, la de la humildad, la de saber que somos necesitados y no omnipotentes. Necesitamos amparo y protección externa, como la viuda, pero no la pediremos a cualquiera sino al Padre bueno que vela por nosotros y no se desentiende de nuestros gozos y tristezas. Él es fiel.

Víctor Chacón, CSsR