“El camino al cielo pasa por el suelo”, Dom. de Cristo Rey.

Esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia». Creemos en un Dios-Pastor, Padre providente que ni se despreocupa ni se desentiende de nosotros. Está siempre ojo a vizor, velando por su pueblo, por los suyos: sanando a los heridos, confortando a los enfermos, proveyendo a los débiles y necesitados, cuidando a los fuertes. Es un Dios de bondad que ayuda y consuela al ser humano. Sigue mimando la obra que salió de sus manos.

Pero este Dios-Pastor Bueno que nos cuida es también el Dios-Juez que separa, discierne y hace luz sobre las cosas. Esto dice también el profeta Ezequiel: En cuanto a vosotros, mi rebaño, esto dice el Señor Dios: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío». Dios pone todo en su lugar y hace que la verdad emerja, por mucho que algunos pretendan esconderla. En hebreo “sadoq” significa “justo”, “que hace justicia”. Y ese es uno de los atributos esenciales de Dios. Junto a los más repetidos en el Antiguo Testamento “Dios misericordioso y fiel”. Él es quien hace luz sobre la vida humana y descubre los velos que ocultan las cosas, ante Él no cabe la mentira. ¿Hemos de tener miedo a este Dios Juez? Pues si no ocultas nada no. Si no pretendes ser quien no eres, no. Según la escritura el humilde halla justicia a los ojos de Dios (Sal 50, 19), el que reconoce su verdad, su pequeñez y precariedad, su pecado… siempre me conmovió la escena final de “La lista de Schindler” cuando el protagonista llora por no haber podido hacer más, salvar a más. Llora de impotencia. Pues algo así. Lo contrario, la actitud soberbia y vanidosa de quien va a presumir ante Dios de sus logros y sus obras, aleja de Dios, es “autoafirmación” en lugar de ser invocación del único Justo.

Mateo recrea de una manera providencial y simbólica la escena de este Juicio final ante el “Hijo del hombre”, Jesucristo. Hijo de Dios e hijo de los hombres, humano, como nosotros. Ya sólo en este título que Jesús se da a sí mismo hay toda una declaración de intenciones. No presume de ser Dios, ni Hijo suyo, sino que se hermana, se iguala, se hace compasivo y humilde. Aquí está una de las claves profundas del texto. Dios hace justicia, ilumina las vidas de los suyos, separando, colocando a cada quien en su lugar. Podríamos decir que Él no hace más que poner a cada uno en el lugar donde ha querido posicionarse con su vida, sus obras, sus actitudes. Con la vida aquí abajo, elegimos y situamos la vida de “arriba”. Hay una profunda vinculación. Y el más allá no se conquista con plegarias ni donativos, sino con obras de justicia y compasión, de sentirse hermanos de todos, de no rechazar a nadie.

Un detalle del relato, los justos no saben que lo son, ya que preguntan: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?”. Actuaban movidos por una verdadera compasión que ya habían hecho vida, habían naturalizado. La advertencia de la parábola está en que tampoco los injustos saben que lo son, estos también responden al Señor: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Ser cristiano es poner a Cristo ante la mirada. Si no somos compasivos y bondadosos (pero pretendemos obtener compasión y bondad de Dios al final) tenemos un problema de coherencia grave. No hemos tomado a Cristo como modelo, no hemos permitido a su Espíritu obrar en nosotros. Dios nos pide que nos compliquemos la vida por los hermanos, especialmente por los vulnerables. Porque el amor hace eso. No aparta la vista ante los problemas, no se evade, no se mira a sí mismo, ni su confort primero. El amor es capaz de posponerse, de entregarse, de inquietarse por los problemas ajenos. No justifiquemos nuestro desinterés. Busquemos cauces de acción posibles, reales, existentes. Sumémonos a obras que ya caminan, o fundemos otras nuevas. Pero la pasividad y la inacción no están justificadas, no cuando tenemos tanta información. ¿Qué hacemos con el sufrimiento de tantas personas sin hogar, sin alimentos, sin cuidados médicos, sin compañía, sin…?

Él nos replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. La fe pide compromiso y acción, o no es cristiana.

Víctor Chacón, CSsR