El Dios que habita en nosotros. Domingo IV de Adviento

La inminencia de la Navidad deja poco margen de reflexión a la cuarta semana de Adviento, que más que semana se queda en horas escasas. Aún así merece la pena detenerse y leer y contemplar la Palabra que nos sale al encuentro por si aún andamos despistados o con el corazón frío.

El profeta Natán dice al rey David: “Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo”. Es un signo de profunda bendición y gozo. No caminamos solos. No estamos solos. Solo despistados como los de Emaús, incapaces de ver a Aquel que camina siempre con nosotros. David al igual que María oyen eso de “el Señor está contigo”. También nosotros necesitamos oírlo y mucho más creerlo.

El salmo 88 nos dice: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. El misterio de la Encarnación que estamos a punto de celebrar habla de esto, sobre todo es un signo de las misericordias y la fidelidad de Dios con nosotros. Él no se cansa de las personas, no abandona ni da por perdido a nadie, no tira la toalla con nadie… sino que vuelve siempre de un modo nuevo. Así no lo bastó con enviar profetas y reyes, ahora nos envía a su propio Hijo para darse y comunicarse. Ojalá lo recibamos así, como signo de bendición y gracia, como ejemplo de amor y Luz en nuestra vida.

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Las palabras de Gabriel disipan muchas sombras que pudieran surgir. Sus tres primeros mensajes son tan claros como oportunos:

Alégrate: es Dios el que viene a llenar de gozo tu vida. Dios no viene a perturbarte María ni a quitarte la paz. Él lucha de tu lado y a tu favor. Alégrate. Porque Dios te mira y se alegra, tu vida le llena de gozo. Deja todo aquello que te preocupe en sus manos divinas, confía en su poder. No cargues todo tú sola. “Alégrate” es una invitación a la confianza y al descanso en Dios.

Llena de gracia: María es la llena del Espíritu, la llena de Dios. Pero es que tú y yo también lo somos y lo hemos olvidado. Por el bautismo cada creyente fue ungido con el santo crisma (signo del Espíritu Santo) como sacerdote, profeta y rey. Con la máxima dignidad consagrados como hijos del Altísimo, le pertenecemos. Y nos habita. El pecado nunca puede borrar eso. El bautismo no se repite por eso, es un signo imborrable de bendición y consagración. Olvidamos la gracia que nos habita, estamos también nosotros llenos de gracia. ¿Cuándo empezaremos a creerlo y a vivirlo?

“El Señor está contigo”. El que te creó no te olvida ni se aleja de ti. Él está pendiente de ti como de la niña de sus ojos. Es Dios y te ama. Y su amor por ti nunca se apagará. Como San Pablo dice Nada nos podrá separar del amor de Dios. También nos cuesta creer esto. Acoger la navidad es acoger este misterio de amor y gracia del Dios que no nos abandona ni se aleja. Él está. Él siempre está. Siempre viene. Siempre llega a renovar y forjar corazones nuevos.

Víctor Chacón, CSsR