El Dios que sabe esperar. Domingo XVI del Tiempo Ordinario

Vivimos en lo que los sociólogos denominan las “sociedades del fast”, de lo rápido. Una cultura de la inmediatez y la impaciencia donde no hay tregua y se buscan resultados rápidos y a ser posible con poco esfuerzo. La comida es rápida, las comunicaciones buscamos que sean inmediatas o lo más veloces posibles, las relaciones también son rápidas (al igual que las rupturas) … nos domina la prisa por desgracia.

Frente a esto, la primera lectura y el salmo nos dibujan a un Dios bien diferente: “Fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo…y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos”. Es un Dios que cuida, que está atento a sus criaturas. Indulgente con nosotros porque conoce nuestra masa y “se acuerda de que somos barro”. O como dice el salmo de este domingo: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan”. Su misericordia es nuestra salvación, porque, si Dios fuera impaciente, si Él exigiera perfección inmediata o una vida sin errores… nadie se salvaría. Nos hace mucho bien tenernos compasión mutua, aprender de Dios y aprender a disculparnos unos a otros, entender que hay mucho de fragilidad en nuestras decisiones, mucho egoísmo y mezquindad que se nos cuela entre los buenos deseos de lo cotidiano.

Los criados de aquel Señor tenían prisa por verlo todo ordenado, limpio y perfecto. Querían separar ya el trigo y la cizaña sembrada por el maligno, por eso preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. No se esperaban esa respuesta que busca dos cosas: no dañar lo que está bien y crece bien. Dar oportunidad a la cizaña de volverse trigo, las plantas no pueden, pero para Dios y los hombres que creen todo es posible. Como dice la segunda lectura: “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. Escuchemos los gemidos del Espíritu que clama por nosotros al Padre, sumémonos al crecimiento en paciencia y misericordia que el Dios Bondadoso pide de nosotros.

Víctor Chacón, CSsR