“El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida” (Dom XXIX del T.O.)

 

Nos choca y nos cuesta la terminología de Isaías. “Dios quiso triturar con el sufrimiento”, “cargó con los crímenes”, “entregó su vida en expiación”. Está hablando del Siervo sufriente de Yahvé. De aquel que tenía que liberar al pueblo. Lo que Isaías profetiza aquí no es generalizable sin más. No se puede extrapolar a cualquier situación porque podemos ser injustos y machacar a quien está sufriendo diciéndole que Dios quiere su dolor. Ojo a estas aberraciones teológicas que no contextualizan, que no sitúan, que no miden, que no explican.

Quizás la expresión clave que da luz esté aquí: “mi siervo justificará a muchos, porque cargó con sus crímenes”. La justificación o salvación que nace de la paciencia y de la redención (literalmente el “ponerse en el lugar del otro”). Cristo es aquel que ocupa el lugar de los criminales, la Cruz, sin haber hecho nada para merecerlo. Se convierte en víctima expiatoria, liberadora, como los animales que se ofrecían en sacrificio en el templo para pedir perdón y agradar a Dios. Ocupar el lugar del otro, cargar con los crímenes del otro o “ser pacientes con los defectos del prójimo” (la obra de misericordia) son distintas formulaciones de la misma actitud vicaria. Por eso Hebreos nos anima así: “no tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nosotros (…) acerquémonos con seguridad para encontrar la gracia que nos ayude”. Tenemos un sacerdote compasivo, Jesús. Él siempre se compadece, siempre atiende, siempre escucha, siempre sabe los temores y debilidades que nos afligen. Por eso no le mueven la dureza ni la exigencia, sino la bondad, la comprensión y el amor. ¡Qué pena que aún haya tantas personas atemorizadas que no se acercan a Dios, ni a la Iglesia ni a un sacerdote por malas predicaciones y experiencias del pasado! O por falta de experiencias buenas en el presente.

Jesús dice a los discípulos (tras la búsqueda de privilegios de Santiago y Juan): “El que quiera ser grande que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero que sea esclavo de todos. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”. Servir gratuita y desinteresadamente. Dar la vida sin pasar factura ni esperar aplausos. Dar la vida porque es lo nuestro, siguiendo al maestro, no vivir mirándonos a nosotros mismos. Porque después de mirar todo lo que Dios hace por mí, lo natural es preguntarse ¿y qué hago yo por Dios y por mis hermanos? ¿qué doy? ¿cómo lo doy? ¿es suficiente?

Me quedo con estas palabras de la teóloga española, Cristina Inogés, que abrió el Sínodo con su lúcida reflexión: “Los mejores puestos en la  Iglesia no son los exclusivos y los que separan, sino los que, desde el servicio, inducen al perdón, la  reconciliación, y el encuentro”. “Es bueno y saludable corregir los errores, pedir perdón por los delitos cometidos, y aprender a ser humildes. Seguramente viviremos momentos de dolor, pero el dolor forma parte del amor. Y nos duele la Iglesia porque la amamos”. Ojalá formemos parte de esta Iglesia doliente, humilde, pequeña, pero muy sincera y con toda la fuerza arrolladora  del Evangelio de Jesús “sed siervos, sed esclavos de todos”.

Víctor Chacón, CSsR