“El que cree en mí no tendrá sed jamás”. Dom. XVIII del T.O. y Fiesta de San Alfonso.

 

“Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto”. Ésta es la dura expresión que Moisés tiene que cargar sobre sus hombros. El pueblo está cansado de caminar, hambrientos, decepcionados… ya no están seguros de que escapar de Egipto haya sido buena idea. Allí al menos ¡tenían comida! Y un vientre satisfecho vale mucho. Pero piensa poco. Dios escucha el sufrimiento de su Pueblo, siempre lo hace, y cuida su esperanza. Por eso les da el maná y las codornices. Pero sobre todo les da pastores que los acompañen y guíen. Moisés y Aarón. O Alfonso de Ligorio siglos después. En otro contexto de cansancio y abandono del pueblo, hace surgir su figura. La de un joven y noble abogado de prometedora carrera, que deja todo desengañado de la sucia justicia del mundo y se entrega a causa más noble, acompañar los barrios humildes de Nápoles y las zonas rurales desatendidas. Él también les lleva el maná de la Palabra de Dios, la catequesis, la predicación enamorada y la misericordia de Dios que los renueva. San Alfonso fue Buena Noticia de Dios para su pueblo, bálsamo para sus heridas, prado verde para su descanso.

Pablo a los Efesios da en la clave: “Despojados del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana”. Las misiones populares que San Alfonso predica no buscaban atemorizar con miedo a los castigos eternos, al infierno (era lo más común en aquél tiempo) sino enamorar, apasionar, contemplando el amor y la entrega de Cristo por nosotros humano, sacrificado en la Cruz y hecho Eucaristía, unido al inmenso amor de María. Él buscó incesantemente junto a sus compañeros de misión iniciar la “Vita devota”, una rutina de fe, oración e invocación a Dios que construyera esa vida nueva de los creyentes unidos a Dios y lejos de los malos hábitos. ¡Renovaos! Lo seguimos necesitando.

Y para esta renovación se hace necesario alimento sólido y nutritivo. Dijo Jesús: “No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de este pan”. Que esta sea también hoy nuestra oración, Señor, danos siempre de este pan. Lo necesitamos. No lo merecemos, pero lo acogemos como medicina poderosa que remedia nuestra flaqueza, nuestra debilidad, y nos une a ti. Que jamás nos privemos de la Eucaristía, sacramento de salvación y vida. San Alfonso luchó con denuedo contra la herejía jansenista que con su rigorismo alejaba al pueblo de los sacramentos, sembraba miedo. Hoy vuelve a ser necesario decirlo. La misa tiene un rito de perdón al inicio que no es decorativo, sino auténtico perdón de los pecados. Quien no tenga conciencia de pecado grave que le separe de Dios, acérquese a comulgar con confianza, lo dice un Santo Doctor de la Iglesia llamado Alfonso. Lo dijo antes San Ambrosio, San Agustín y San Juan Crisóstomo. “Y si te vieras frío en ese amor, no por ello te apartes de la Eucaristía, ¿quién por verse frío se quiere retirar del fuego? Fíalo todo a la misericordia del Señor, pues cuanto más enfermo se haya uno, tanto más necesidad tiene del médico” (San Alfonso, Práctica del Amor a Jesucristo, Cap. II).