Empujados por el Espíritu a la conversión. Domingo I de Cuaresma

 

«Yo establezco mi alianza con vosotros y vuestros descendientes el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra». Este es el signo de la alianza y protección de Dios: “pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra”. El arcoíris se convierte por estas palabras del Génesis en símbolo de la presencia y protección de Dios. Él camina con nosotros y nos acompaña, aunque el signo de su alianza sea fugaz y pocas veces lo veamos. Él está. Pensando simbólicamente el tema y más allá de banderas y colectivos que usan este símbolo… Está bien que el signo de la presencia de Dios sea una luz multicolor. Dios no ha querido identificarse con un color solo, sino con todos. No se ha hecho un Dios selectivo, sino universal.

En una ocasión un periodista alemán entrevistaba a Joseph Ratzinger y le preguntaba: ¿Cuántos caminos hay para llegar a Dios? El periodista en cuestión esperaba muy probablemente un comentario cerrado y rígido de Ratzinger tipo: Sólo hay un camino: Jesucristo, que es camino, verdad y vida. Sin embargo, no fue esta la respuesta del teólogo alemán que dijo en cambio: “hay tantos caminos para llegar a Dios como personas, como vidas que se relacionan con él”. Esto es. En esta Cuaresma está bien que desempolve mi camino y mi relación con Dios, que profundice en ella. También estaría bien que aprenda a respetar el camino de los demás, de otras formas de orar, sentir y actuar que hay en la gran Iglesia de Cristo.

Marcos es muy sintético en su narración de las tentaciones: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás y decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Jesús va allí “empujado” por el Espíritu. Es interesante el verbo que elige, no deja lugar a dudas de que es el Espíritu su motor, lo que le mueve. ¿Qué me mueve a mí en mi día a día? ¿Cuáles son las fuerzas que me empujan a mí y hacia dónde? Es bueno que revisemos esto. ¿Me mueve el afán de quedar bien o destacar? ¿Me mueven los deseos de ser admirado o querido por otros? ¿Me mueve el deseo de ser útil o ayudar? Ojo porque a veces actos buenos ocultan motivaciones y deseos malos. El ser humano es complejo.

Se quedó cuarenta días siendo tentado por Satanás. No le tienta Dios. Esto lo deja claro Marcos. Como decía la carta de Santiago el lunes pasado “Dios ni es tentado ni tienta a nadie, a cada cual le tienta su propia debilidad”. Cuando decimos que Dios nos tienta o nos castiga hablamos mal de Dios y tenemos una imagen terrible de Él, como si estuviera jugando al ajedrez con nosotros y nuestras circunstancias en lugar de ser el “Padre Bueno” del que Jesús nos habla.

“Convertíos y creed en el evangelio”. La conversión es un cambio, un parto, o si queréis una gestación y parto… para que se dé esta gestación he de estar abierto a acoger semilla nueva: la Palabra del Evangelio, el perdón, la sanación y el gozo que nacen de la cruz, la muerte y resurrección de Cristo. Aprender a sentirme y ser salvado. Aprender a dejarme tranquilamente en las manos de Dios. Y “no querer solucionar los problemas de mi vida todos de una vez” como decía Juan XXIII. Necesitamos despertar en nosotros la pasividad que acoge a Dios, que busca escucharle… y no hacer muchas cosas, sino hacerle espacio en nuestra vida. Aprender a consultarle cuando tengo algo que me preocupa. Acostumbrarme a escuchar y orar con su Palabra. Y más a medio y largo plazo la tarea de un cristiano que se toma en serio su discipulado es: aprender a discernir su voluntad. Aprender a detectar lo que Dios me está pidiendo y disponerme a hacerlo, a colaborar con él.

Víctor Chacón, CSsR