“En burro se va más despacio y mejor”, Domingo XIV del Tiempo Ordinario.

 

La profecía de Zacarías puede parecer algo anecdótico y secundario, pero marca el tono de lo que Dios quiere decirnos con su Palabra, este domingo: “Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén”. Es profecía de gozo ante la llegada del Mesías. Pero el Mesías no llega con signos de lujo y poder, un caballo se prestaría más a eso. Sino que llega en la humildad de un borrico que camina despacio y torpemente, un animal de carga, de trabajo, de los que frecuentemente se han maltratado. Es todo un símbolo mesiánico. Jesús se montará en él y le dejará caminar despacio, a su aire, lo redimirá también a él.

Jesús hace una de sus oraciones principales en este texto que Mateo recoge como parte del gran sermón de la montaña: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños”. Acción de gracias al Padre expresión del corazón del hijo que vive en la gratitud y desde ella. Superando el vivir anclado en la protesta al Padre (por los males del mundo y los propios) y en la petición continua (que solo mira a los propios deseos y necesidades). ¿Cuántas veces agradeces a Dios lo bueno que Él te da y pone en tu vida? ¿Muchas? ¿Pocas? ¿Algunas? Es importante agradecer, fijarse en lo bueno, agradable, en el don o dones que recibimos cada día… y apartar la mirada de la queja y la crítica, del vivir amargados y con la vista teñida por la oscuridad. “Es bueno dar gracias al Señor y alabar su santo nombre” como dice el salmo. El de este domingo en concreto se expresa así, con esta promesa: “bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás”.

Bendecir al Dios bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas. Ésta es la imagen de Dios que anida en el corazón de Jesús y que le ayuda a decir “te doy gracias Padre”. Otras imágenes de Dios no inspiran gratitud, sino temor, inseguridad o culpa… temor a no dar la talla… inseguridad porque soy débil y Dios “supuestamente quiere perfección”, culpa porque en el fondo creo que soy malo y nunca podré cambiar. Estas imágenes y pensamientos que laten en tantos corazones hacen daño y alejan de la gratitud y la alabanza del Dios bueno, tal y como Jesús nos pide. Revisemos la calidad de nuestra imagen de Dios, porque esta puede cambiar toda nuestra vivencia del Espíritu (Pablo nos dice “sois del Espíritu y no de la carne”, pues hay vivencias del espíritu tan deformadas y grotescas que empujan a vivir en la carne, en lo mundano, en una falsa religiosidad).

El Dios que Jesús predica era sensacional: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso”. Un Dios que acoge, abraza, repara, sostiene, consuela, anima… y enseña: Aprended de mí. Llevad vuestras cargas de otra manera, vuestro yugo como yo llevo el mío. Con dignidad y decoro, con mansedumbre, haciendo del día a día siembra, empeño, entrega callada y generosa de la vida a Dios y a los hermanos. ¡Cuánto nos queda que aprender verdad! Ojalá no vivamos instalados en las escuelas de los sabios y entendidos, sino en las de “los pequeños”, porque es ahí donde se revela la sabiduría de Dios y se derrama abundantemente su bendición. Hay muchos cansancios y agobios en nuestras vidas que no son entrega, generosidad ni van a dar fruto… son el mal espíritu que nos injerta ambiciones raras… ojalá sepamos extirparlas, y vivir tomando el yugo de Jesús que alivia, descansa y sana. Mejor ir en borrico como él, más despacio, más seguro, sin prisas.

Víctor Chacón, CSsR