“Escoged a quién servir”. Dom. XXI T.O.

 

“Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quién servir” son las palabras de Josué al pueblo de Israel y sus autoridades. Probablemente después de algunas tensiones y críticas sobre el plan del Señor, sobre los tiempos que no se cumplen ante la impaciencia humana. La fe no solo es don y gracia -que lo es- sino que también es decisión. Ha de ser asumida y practicada libre y personalmente. Sostenida por una comunidad, pues en nuestra tradición cristiana nadie camina solo, la referencia a la comunidad es ineludible. Por eso, queridos fieles ¡elegid a quien servís! Y ojo, no elegir ya es elegir. Es dejar que otros decidan por ti. Que el ambiente y la sociedad y sus ídolos te envuelvan, te presionen y te lleven por sus corrientes. “Escoged a quien servís” es una llamada a la responsabilidad creyente, a darnos cuenta que nuestros actos, propósitos y palabras sirven a un fin… o a otro. Y que si no hay un fin claro y definido sirven a cualquiera o lo que es igual: a nadie.

Una precisión necesaria respecto a la segunda carta de Pablo a los Efesios: “Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia”. La Palabra de Dios (y esta sin duda lo es) siempre se expresa en palabras humanas. Las palabras humanas tienen una inevitable falibilidad, un margen de error. Además están revestidas de ropajes socioculturales del ámbito y el momento histórico en que se pronunciaron o se escribieron. La misma palabra, siglos después, tiene otro sentido y a veces incluso un significado totalmente distinto. Para desentrañar la verdad revelada de este texto paulino me quedo con la primera frase: “sed sumisos unos a otros con respeto cristiano”, la idea de reciprocidad en el amor de los cónyuges, la idea del mutuo respeto y cuidado. Más adelante dirá Pablo “amar a su mujer es amarse a sí mismo”, es decir, no es amar algo ajeno sino la propia carne/vida. Ya que el Génesis había dicho “y serán los dos una sola carne” (Gn 2, 24). Conviene adaptar y explicar bien este pasaje para no provocar rechazo y devaluación de la Palabra de Dios, justificando hoy cosas que no se sostienen.

El final del discurso del Pan de Vida (Jn 6) es amargo para Jesús. Él también experimentó el fracaso, la soledad, el rechazo de la gente. “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen (…) Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. A veces construimos una imagen tan triunfadora de Jesús como estéril, en la que él siempre está bañado por las masas y aclamado haciendo milagros y enfrentándose a los fariseos. Pero esta no es toda la verdad. Hubo momentos de soledad buscada, de silencio y oración. Y hubo también momentos de soledad no buscada, de abandonos, de fracaso. Y Jesús tuvo también que encajar esto, y aprender de ello. La semilla del reino no ofrecía acogida siempre ni crecimiento fácil. Pues a muchos les parecían duras y exigentes sus palabras, y preferían continuar su camino.

Ante la pregunta de Jesús, ¿también vosotros queréis marcharos? Pedro, una vez más toma la palabra y dice lo que todos piensan: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. Amén. Aunque sea duro seguirte, elegir servirte Señor, eres el mejor de los guías a los que podemos aspirar.

Víctor Chacón, CSsR