EUCARISTÍA ES MUCHO MÁS. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Acudamos a nuestras raíces que nos hará bien. Dice San Juan Crisóstomo Padre y Doctor de la Iglesia Cristiana en Oriente (s. IV): “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo; y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.  (…) No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres” (Homilía 50, 3-4: PG 58, 508-509).

Me parece importante y clara su reflexión. Y profunda. Un concepto de honrar el Cuerpo de Cristo mucho más amplio y más profundo que la sola referencia a la Hostia, que nadie pone en duda ni cuestiona. Un sentido del comulgar con Cristo que lleva a querer ser otros Cristos (esto es muy de San Agustín: “Toma lo que eres, Cuerpo de Cristo. Conviértete en lo que recibes: Cuerpo de Cristo). Necesitamos desarrollar y profundizar mucho más en las implicaciones sociales, personales y comportamentales que nos trae la fe, que implica comulgar a Jesucristo. Hay gente que comulga y olvida buscar esta compasión con los débiles, esta cercanía misericordiosa a pobres y marginados, esta actitud humilde y bondadosa que ni desata guerras ni las busca. El horizonte de recibir el Cuerpo de Cristo no puede ser más claro, tomar aquello que somos, miembros de su Cuerpo, de su Iglesia. Y ser -crecer cada día de modo más claro- en aquello que recibimos sacramentalmente, su Cuerpo, su Presencia divina, su Gracia santificadora.

Comulgar a Cristo es un compromiso de vida, “dadles vosotros de comer” decía hoy en el evangelio a sus discípulos. No os desentendáis de aquellos que os necesitan. Pero también es importante recordar EG 47: “ La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”. Remedio y alimento. “Remedio” es lo que prepara el boticario o farmaceútico, la medicina que me sana, que repara mis heridas, que sana mi debilidad y me restablece. Este sentido curativo de la Eucaristía estaba muy vivo en el Cristianismo antiguo y por desgracia lo hemos perdido. Por eso el Papa Francisco cita a San Ambrosio de Milán y a San Agustín. No alejarme de Aquel que me hace bien, no dejar de recibirle jamás. San Alfonso dice de hecho que “por estar frío, no debo alejarme de quien es el fuego”. Al contrario, si estoy frío, enfermo, débil… tengo aún más necesidad de la Eucaristía, de Cristo, de su perdón y su acogida. Ojalá catequicemos desde estas claves de consuelo y esperanza para los cristianos que “no son perfectos” como dice el Papa y que sienten que necesitan del Señor. Éste es el profundo sentido de las palabras de Jesús: “éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros” como recuerda Pablo a los Corintios.

Víctor Chacón, CSsR