La fe es terapéutica (Dom. XXIII T.O.)

 

Frente a la religión enfermiza y obsesiva de los escribas y fariseos (del pasado domingo), Jesús propone una fe terapéutica, curativa, que pone en el centro a Dios -no la ley- y la salvación-plenitud que Él viene a traer a nuestra vida con su gracia.

En la mentalidad común de esta época era frecuente pensar en la enfermedad como castigo divino a la propia conducta o la de los antepasados (recordemos que los discípulos preguntan una vez a Jesús al ver a un ciego: “Maestro ¿quién pecó éste o sus padres?” Jn 9, 1). Aún quedan hoy rescoldos de esa triste y deformada imagen de Dios. “Algo habrá hecho” o “castigo de Dios” dicen algunos ante un mal o enfermedad de otras personas. Sin embargo lo que Jesús dice ante la enfermedad a los discípulos es:  “Ni este pecó ni sus padres, sino que fue para que las obras de Dios se manifestasen en él”. El mal no responde a  un deseo ni proyecto divino, pero las obras de Dios -el bien de Dios- pueden revelarse también en esta situación de muchas formas. También suscitando la compasión y ayuda de otros, o llevando a una reflexión y cambio en la propia vida. La dificultad nos hace crecer, mudar, buscar adaptarnos para seguir viviendo e incluso a veces psicológicamente cambia a una persona.

Este domingo el evangelio de Marcos nos presenta la curación de un sordomudo. El contexto es importante. Es otro milagro en tierra pagana (la Decápolis), milagro hecho a gente sin fe. ¿Por qué hará Dios eso? -se preguntan muchos con estupor- ¿Por qué se obra el poder y la gracia de Dios a gente sin fe? Todavía tenemos esta tentación hoy día los creyentes, “apropiarnos de Dios” y hacer bandos: buenos y malos, justos e injustos, hijos de Dios y paganos, santos y pecadores… es absurdo. La realidad es mucho más compleja. No es blanca o negra, sino que tiene una amplísima gama cromática. Por eso la Palabra sanadora de Jesús: ¡Effetá! ¡Ábrete! Lo dice a un sordomudo al que ha curado, que no podía oír. Lo invita a escuchar en su entorno, a abrir los sentidos. A no ser como aquellos que se enfadan con su curación porque no es “de los creyentes fieles de toda la vida”. Esta curación representa al hombre que recibe la fe como señalan muchos biblistas. Al que por fin puede oír la Palabra liberadora de Dios. ¿Cómo vamos a culpar de no acoger la Palabra a quien no podía oír?

Quizás esto nos vale para pensar en los no creyentes de nuestro tiempo, en lugar de caer en reproches y etiquetados. Como dijo el joven Karol Wojtyla en el concilio y quedó en la Gaudium et spes 19: “en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. Asumamos nuestra propia responsabilidad. ¿Damos un testimonio de Dios claro y nítido que anime a otros a creer? ¿Asumimos el deseo sanador de Dios cuando se acerca a cada persona o preferimos etiquetar y juzgar? ¿Vivimos una verdadera fraternidad sin acepción de personas o caemos en favoritismos y parcialidades? ¡Ayúdanos Señor a crecer en coherencia y en una fe humilde y sanadora, que el Bien que nosotros hemos recibido lo sepamos transmitir a otros!