La mujer de las manos Zaragoza

Hoy me ha llegado una carta del Colegio Oficial de Enfermería de Zaragoza. La carta viene acompañada con un regalo en metálico, de “unos cientos” de euros que irán a parar a la República Dominicana y servirán de apoyo a los jóvenes que desean ser misioneros redentoristas. Son jóvenes que tienen necesidad de alimentar el estómago y la cabeza. Tienen hambre de pan y de cultura.

Los cientos de euros, a los que acabo de aludir, son el premio de un concurso de fotografía. La fotografía ganadora mostraba a una niña desdentada, que vive en un barrio de Lima. Su mamá no debe tener ni “pa” un tubo de dentífrico. Claro que es más urgente la comida que la pasta de dientes. Estas letras que escribo no van acompañadas de “retrato”, porque la persona interesada prefiere el anonimato: “para ayudar a los demás, no se necesita fotografía”. Cuando pregunto a la ganadora del concurso por qué quiere mandar al otro lado del charco este premio, me contesta: “Yo estuve en Perú de voluntaria. Ellos me dieron más de lo que entregué. No me duele trabajar. Pero me duele el alma recordar el sacrificio de aquellas madres, por sacar adelante a sus hijos…”

Así dice “la mujer de las manos”. Baste saber que esta persona es enfermera; que tiene el corazón grande; que colabora con la obra que los redentoristas desarrollan en Santa Anita (Perú); que gracias a ella muchos niños, hijos de emigrantes, disfrutaron de un juguete esta pasada Navidad; que su bondad no tiene límites ni fronteras, y que sus manos llevan la bendición de Dios porque con ellas ha curado muchas heridas. Las manos que ustedes ven, son las suyas. Y las palabras de Peguy son muy oportunas aquí: “cristiano es el que da la mano; el que no da la mano, no es cristiano”