Llenos del Espíritu Santo, domingo IV de Adviento.

 

Miqueas profetiza así: Esto dice el Señor: “Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel”. Puede parecer que no dice nada este primer versículo, pero dice mucho. De un pueblo pequeño, tierra no valorada ni tenida en cuenta, Dios sacará al jefe de su pueblo, al salvador. A veces ponemos como pretexto nuestra debilidad, nuestras pocas cualidades o fuerzas… pero eso jamás es obstáculo para Dios. Tu pequeñez, tu debilidad, no es obstáculo para que Dios haga grandes cosas en ti y a través de ti. Dios no mira con criterios humanos, no juzga la importancia como nosotros, Él mira el corazón, lo profundo del ser humano como nos dice la Palabra.

La invocación del salmo 79 también es muy sugerente: “Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece; despierta tu poder y ven a salvarnos”. Es la invocación típica del adviento: Maranathá, ven Señor Jesús. O como otras traducciones dicen, “El Señor viene”. Una declaración de fe, una certeza en lo profundo del alma, Él no nos abandona a nuestra suerte porque Él es el Enmanuel, el Dios con nosotros. Pero esto dice el salmo que solo ocurrirá si cumplimos la promesa: “No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre”. Necesitamos la vida que viene de Dios, su salvación, pero eso sólo se siente si aprendemos a vivir en su presencia, cercanos a Dios, como amigos de Dios. Necesitamos recuperar el arte de la conversación con Dios, como con el amigo. El trato familiar con Dios del que hablaba San Alfonso. Nunca es tarde para comenzar.

La carta a los Hebreos declara el sentido de la entrada de Cristo en el mundo. Aquel que declara al Padre, Tú no quiere sacrificios ni ofrendas… (…) «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». La gran ofrenda agradable a Dios es esta, buscar estar en comunión con Él, con su querer, con su plan de salvación. Dios no quiere otra cosa ni otros sacrificios de nosotros. Por eso, todo lo que nos ayude a crecer en esta búsqueda de la voluntad divina será bueno, lo que nos haga más humildes, más disponibles, más abiertos a su Plan. Pero por muchas oraciones que hagamos, si no buscamos su voluntad, solo estaremos haciendo teatro, si nuestro querer y el suyo no van de la mano es que probablemente nos reafirmamos a nosotros mismos a costa de Dios, nos autojustificamos en nuestros planes e ideas y esta cerrazón aleja de Dios y de los hermanos, retrasa el plan de salvación, causa sufrimiento.

En el evangelio de este domingo brilla María con luz intensa y propia. Es el momento siguiente a la Anunciación del Ángel Gabriel. María queda llena de Espíritu santo y desde aquel momento ella es la pneumatófora (portadora de Dios). Y ella comunica a Dios a quien se encuentra, como nos dice la Palabra que hizo con Isabel: “en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo”. María da de lo que tiene y vive. Por eso comunica a Dios, su Espíritu, ya que vive en su presencia. Su alimento es “hacer la voluntad del Padre” como dice Jesús en otro pasaje. Vive en presencia de Dios, sabiendo que es amada, que está habitada. ¡También nosotros lo estamos! Y parece que lo hemos olvidado. Es tiempo de recuperar esta presencia interior, este ser habitados y buscar, orar, discernir lo que Dios quiere de nosotros, su voluntad. Para eso vinimos al mundo.

Víctor Chacón, CSsR