Lo que enfada a Jesucristo y esclaviza al hombre. La Ira Santa. Domingo III de Cuaresma

 

Dios nos llama a la libertad. El proceso de crecimiento en la fe es un proceso de crecer en libertad y autenticidad. Dios no nos quiere esclavos, sino profundamente libres y capaces, conscientes, dueños de nuestra vida (don suyo) y conscientes también de nuestros límites y fragilidades. Por eso habla así al pueblo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te fabricarás ídolos, (…). No te postrarás ante ellos, ni les darás culto”. Dios nos dice: “A ver si te he sacado yo de la esclavitud de Egipto y ahora te buscas tú otras esclavitudes…”. Y pasa…

Esta es buena pregunta y reflexión para la Cuaresma, y desde luego, para este Domingo: ¿Cuáles son mis esclavitudes o mis ídolos? ¿Algo me ata y no me deja ser totalmente libre? ¿Algo me condiciona de un modo fuerte y no me deja tiempo para lo importante y verdadero de mi vida? Hacernos conscientes de nuestros condicionantes y esclavitudes es el principio de la liberación, saber que están ahí, ponerles nombre, identificarlos.

Y aquí el repertorio es amplio y plural como los humanos. Hay personas dominadas por un vicio físico (comida, bebida, alguna sustancia…), personas dominadas por su dependencia afectiva, o su necesidad de aparentar y sobresalir, por un defecto moral (la soberbia o la pereza son frecuentes…), por la adicción al móvil o al juego (en todas sus formas), por la adicción a una única manera de leer la realidad (fanáticos de un único canal, un único periódico o radio, una única influencer…). Esclavitudes todas, que atan y someten y no nos dejan ser en plenitud como Dios nos sueña. Nos alejan de la libertad evangélica y de la madurez y sabiduría adonde Dios desea llevarnos.

Jesús comparte el sueño de su Padre, él también nos quiere profundamente libres. Por eso en la escena de hoy muestra su enfado, un enfado justo y oportuno. Un ataque de “ira santa” lo calificarán algunos autores sagrados: “Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas”.

El sistema de sacrificios animales del templo era tan simple como perverso. Se compraban animales que se ofrecían en sacrificio a Dios (se entregaban a los sacerdotes) en pago y expiación de sus pecados. Apliquemos la lógica simplista del momento: a pecados más grandes, se necesitaban animales de sacrificio más grandes y puros (y por tanto más caros). Con lo cual se comerciaba con el perdón de Dios. se creía que se podía comprar el perdón del Padre Bueno. Su perdón dejaba de ser gratuito y libre. Era “conquistado”, comprado, por las ofrendas de los arrepentidos fieles. ¡Terrible! Se pierde la gratuidad, el amor, el don. Además y por si fuera poco, estaban los cambistas para cambiar la moneda impura de la calle por “monedas puras” que se acuñaban y usaban solo en el Templo. Tipo Bitcoin de Dios… hechos para pagar esos sacrificios de animales. Perverso, corrupto y repugnante. Contemplar esta escena desata la ira santa de Jesús. “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Con el perdón de Dios no se negocia. Su perdón no se compra ni se vende, ¡no está en venta! Se recibe gratuitamente desde el arrepentimiento del corazón, con humildad, como un don inmerecido. Jamás te creas que lo mereces o lo puedes comprar… tu soberbia y tus pretensiones materiales -de tapar tu pecado con ofrendas- te alejan de Dios. Te llevan a las antípodas de la gracia. A Dios no se le compra ni con dinero ni con “méritos religiosos”, ojo porque la moneda del templo hoy ha cambiado. Y algunos pretenden comprar a Dios con sacrificios y oraciones, con ritualismos y agendas llenas de actividades y retiros y confesiones, pero sin caridad, sin fraternidad, sin atención al hermano pobre y sufriente, sin encarnación. A estos también les volcaría las mesas donde se apoyan Jesús sin duda, y sacaría el látigo para que vean lo torcido y perverso de su enfoque narcisista, egoísta y cerrado a Dios. Hoy Jesús nos presenta una fe que nos llama a ser sensibles sí, pero no pusilánimes. A veces hay que enfadarse y saber bien los caminos que no se van a recorrer ni aceptar, porque ni son de Dios ni llevan a Él. Esclavizan, vuelven a llevar a Egipto.

Víctor Chacón, CSsR