“Los publicanos y prostitutas van por delante”. Domingo XXVI del T.O.

Este domingo también volvemos a una viña. Pero ya no la viña del Padre bueno que invita a todas horas a todos a ir allí a trabajar en su tierra. Sino la viña del padre con dos hijos. Uno muy educado y disponible que le dice que sí va… y luego no lo hace. Otro del que diríamos es “un mal hijo”, se atreve a decirle al Padre que no va. Y luego se arrepiente y va, recapacita… le pesan sus palabras. Tiene corazón y piensa en su padre, no quiere dejarle solo con el trabajo de la viña. A lo mejor no es tan “malo”.

Es bueno prestar atención a los detalles para entender la parábola, ¿ante quién la pronuncia Jesús? Y nos responde el primer versículo: “dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. A ellos se dirige. A las autoridades religiosas de su tiempo, a los constituidos en autoridad. Y a modo de denuncia les dice la parábola. Ellos son de los que han dicho al Padre-Dios: “sí, voy a la viña Padre, soy hijo fiel y obediente”. Pero su vida, sus obras, sus actitudes… se alejan mucho de Dios. Como nos recuerda el Papa Francisco en FT 74: “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás”.

Es una frase muy fuerte. Señala la falsedad e hipocresía en que se puede convertir la religión en ocasiones. Hay una manera falsa y perversa de vivir la religión, y es la que busca dar un culto exterior, pero no cambia el corazón, permanece insensible o incompasiva ante el otro, ante el hermano. Es capaz de pasar de largo ante la necesidad o el sufrimiento del otro. Cuidado a poner la fe en un cumplimiento exterior que no toque las entrañas, que no remueva las vísceras ante las injusticias, el sufrimiento o el dolor de otros. El nuestro es el Dios del Éxodo que dice a Moisés: “He visto el sufrimiento de mi pueblo”. Y el Dios de Jesucristo que dice: “Sed compasivos como yo soy compasivo”.

Es bueno que me pregunte con sinceridad: ¿Busco la voluntad de Dios en mi vida? ¿Vivo la fe como apertura a la Palabra del Padre que guía mi vida? ¿Vivo la fe como apertura al hermano que sufre? ¿Me hace la fe más sensible, más capaz de escucha del otro? Si la fe que vivo es cerrazón, falsa seguridad en mí mismo y reafirmación de mis criterios, sin duda no es la fe del Evangelio ni de Jesús.

Aquel día Jesús se levantó provocador y les dijo a las autoridades religiosas: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios”. Era sin duda el peor insulto que se podía imaginar… compararles con ¡los impuros! ¡los grandes pecadores! Y decir que estos les llevan la delantera en el camino de la salvación. ¡Es tremendo y muy provocador! Sin duda Jesús hablaba valientemente. Os llevan la delantera porque ellos saben lo que son, reconocen su pecado y se presentarán a Dios arrepentidos, mientras vosotros con el pecho hinchado, queriendo presumir de méritos, oraciones y limosnas llegaréis a Dios llenos de soberbia. Creyéndoos “dignos” y merecedores del premio. Insensatos. Estamos llamados a crecer en otra dirección.

Pablo en su carta a los Filipenses nos llama a la humildad más pura y sincera: “Si nos une el mismo espíritu y tenéis entrañas compasivas… No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás”. Cristianos compasivos, que no obran por rivalidad sino desde la humildad y personas que buscan el bien de la mayoría y no solo los propios intereses… ¿A que sería bonito? Esta es la utopía a la que estamos llamados, se llama reino de Dios.

Víctor Chacón, CSsR