“Nada me falta si estás Tú”. Solemnidad de Cristo Rey del Universo.

 

“Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma;
pero a la que está fuerte y robusta la guardaré”. Invocar a Cristo con el título de “Rey”, es reconocerle con poder de regir o gobernar nuestras vidas y nuestro mundo. ¿Qué mejor gobernante podríamos tener que Cristo? Ninguno. En la primera lectura, Ezequiel profetiza bien mostrando que Dios actúa como pastor, pastor bueno que se esfuerza por cuidar, curar, reunir y fortalecer a los suyos… Cuando hay liderazgos débiles y mezquinos destacar es un peligro, y a todo aquel que piense diferente al líder se le corta la cabeza… Pero el líder/Rey/Pastor que nos ocupa no tiene problema en fortalecernos, en potenciarnos y promocionarnos… Él no teme nuestra grandeza, todo lo contrario. Nos quiere llevar a la plenitud con Él. Dios nos capacita y enriquece nuestra vida… la fe debe acercar a esta vivencia que da plenitud y alejar de otra que agobia, encorseta y reprime que no es de este Buen Rey Pastor sino de otros reyes más mezquinos y menos divinos.

Con Dios llega una bendición que es salvación y gozo: “Me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”. El Señor es mi Pastor y nada me falta. Él me guía y me conduce a fuentes tranquilas. ¿Me dejo yo guiar y conducir a fuentes tranquilas? No siempre… hay veces que nos seducen otras fuentes menos tranquilas y puras, y nos dejamos engañar. Pero la bondad de Dios vence siempre, ésta es la buena noticia. Su bondad y su misericordia nos acompañan y nos restauran, nos sanan. Nunca es tarde para dejarnos conducir por Él, para darle prioridad a su Palabra, a su mensaje, a su gracia.

Mateo 25 nos juzga y nos da luz (por cierto “dar luz” y “hacer justicia” es el sentido más fiel a lo que el Juicio de Dios busca). Aclarar y revelar el sentido de cada vida, aun con sus misterios y sufrimientos más duros, ayudar a entender. Los justos se sorprenden y dicen: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? (…)”. Tan buenos son y tan asimilado tienen como criterio la compasión y la ayuda al prójimo que nunca pensaron que ahí estaban encontrando a Dios. Era lo normal. Eran por naturaleza compasivos.

“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Hay que decir que Dios nos llama a una preocupación seria y real por el hermano, no a darle unas monedas (o billetes) a la puerta de la Iglesia, del súper o en un semáforo… cosa que a veces hacemos para tranquilizar nuestras conciencias, pero que ayuda poco y mal a la persona. Dios nos llama a ejercer una caridad inteligente y eficaz. Una caridad que busca no una ayuda puntual, sino una escucha, una orientación al hermano y un ayudarle a hacerse cargo de su situación y no hacerlo dependiente de mí, de mi caridad… Necesitamos cristianos que hablen sin asco ni vergüenza a los pobres, que sepan los proyectos solidarios y recursos que hay en su ciudad, que sepan cómo funciona Cáritas y otras ONG’s de la Iglesia. Cristianos que tengan un compromiso serio y real con su prójimo. Tengo mucho que agradecer a las Hijas de la Caridad en este sentido, ellas (y otras muchas Congregaciones y Centros de la Iglesia) trabajan por dignificar la pobreza y tratar humanamente y con seriedad y respeto cada caso, cada persona y cada situación. No basta dar unas monedas, y a veces, en lugar de ayudar estorba a la reinserción y al proceso de muchas personas que viven la pobreza mezclada con otras adicciones y muchos otros desórdenes familiares y personales.

Caridad inteligente y no compasión barata. También en esto nos pide Dios crecer. ¿Aprenderemos? ¿Le dejaremos reinar en nosotros y en nuestras vidas? Ojalá que sí.

Víctor Chacón, CSsR