Necesitamos la alegría, ahora más si cabe (Dom. III de Adviento)

El ser humano no es solo animal racional. Ya pasó la fiebre aquella del “siglo de las luces”, de afirmar ante todo y sobre todo la racionalidad humana. Somos racionalidad y emocionalidad, cuerpo y alma, genética y ambiente… y todo influye. Los sentimientos también y mucho. No es lo mismo la relación con una persona que con otra, no es lo mismo quien te mira y te sonríe; que quien solo te exige o te reprende… no es lo mismo. Anda por ahí extraviada una oración de misa que dice “que sea Tu fuerza Señor, y no nuestro sentimiento lo que mueva nuestra vida”. Y, ¿por qué no las dos cosas? ¿qué hay de malo en los sentimientos? ¿Vamos a volver a la época medieval en la que eran vistos como signo de debilidad, y por eso no se hablaba del llanto de Cristo ni de los sentimientos de los santos? ¿Por qué no decir mejor “que sea Tu fuerza Señor, unida a nuestros sentimientos, la que mueva nuestra vida”? Que yo sepa sentir no es pecado. Lo malo es consentir…pero otras cosas, lo que dañe a Dios, al prójimo o a mí mismo.

Visto que la alegría está permitida, más aún, que es necesaria para vivir con un mínimo de motivación e ilusión; ahora sí podemos unirnos a Isaías: “Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación”. Necesitamos recuperar la centralidad de la salvación que Dios ya nos ha otorgado. Vivir como quienes ya han sido salvados, como quienes saben que ante Dios no cabe temor alguno, pues Él es Bueno. Solo cabe gratitud, alabanza y búsqueda del horizonte nuevo que da a nuestra existencia. También María vivirá en esta clave, que la hará Dichosa: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”. María subraya que la alegría le viene desde la humildad… los “poderosos”, los potentados, son derribados de sus tronos.

 

Pero destaca la carta a los Tesalonicenses como clave de este domingo: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal”. La invitación de Pablo une la alegría a la constancia en la oración. También a la gratitud. Mientras que la exigencia amarga, la gratitud esponja el alma, es otra clave totalmente diferente. Agradezco porque me fío del criterio de Dios y no de mis expectativas o de mis planes cerrados. “¡No apaguéis el espíritu!”, es decir, vivid atentiendo a sus llamas y llamadas, que están en vosotros, en vuestra conciencia y en la Palabra divina. Y por último una norma o criterio: “examinadlo todo, y quedaos con lo bueno”. Esto es, vivid en discernimiento, escuchadlo todo, pero tomad solo lo que sea útil y constructivo para vosotros. No os enzarcéis en discusiones o peleas estériles. Apegaos a lo bueno. “Guardaos de toda clase de mal”. Conozco a gente que vive en estas claves. Sonríen mucho, porque dentro hay serenidad, saben de quien se fían. Son felices. Aquí tenemos un reto, vivir y proponer la vida cristiana desde la alegría del Espíritu y no por temor a castigos ni por la eterna perdición. ¿Qué mayor perdición que perder la alegría de tu vida? Un autor medieval (bajo pseudónimo de Ambrosiaster) acertó a decir: “la verdad venga de donde venga es del Espíritu Santo”. Pues me atrevo a completar “y la alegría, venga de donde venga, habla de Dios y si profundizamos, conduce a Él”.

 

 

Víctor Chacón, CSsR