“No os dejéis llamar Maestros”, el reto de la fraternidad. Domingo XXXI del T.O.

Malaquías da en la clave, reprochando esto a los sacerdotes: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos creó el mismo Dios? ¿Por qué entonces nos traicionamos unos a otros profanando la alianza de nuestros padres?”. Habéis hecho tropezar a la gente con tantas prescripciones legales. Y habéis hecho que se olvide la fraternidad… Ahora tenemos una situación dantesca (diría Malaquías) gente muy preocupada de ayunar, hacer rezos y dar limosna que no se siente hermana de nadie y trata mal a los suyos. ¡Aberrante! O la fe en el mismo único Dios y Padre nos devuelve a la conciencia de hermanos, de hijos suyos, de ser la misma familia… o vamos muy desnortados. Pero mucho. Conviene que me pregunte seriamente: ¿Soy yo una persona amable y fraterna? ¿Creo fraternidad y entendimiento a mi alrededor, mis comentarios, mis formas, mis palabras y gestos…?

Pablo a los Tesalonicenses nos da otra clave contundente al alabar esto: “La acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes”. En la vida del creyente la Palabra ha de ocupar un lugar central, ser pilar sólido y fundamento. No debe haber oración que no empiece o termine leyendo, escuchando o rumiando Su Palabra. Hemos de buscar ser hombres y mujeres de la escucha, del silencio, de la acogida de aquello que Dios quiere decirnos… o terminaremos elaborando discursos panfletarios que buscan justificarnos o mantenernos en “lo de siempre”, en la ideología que hemos creado o a la que nos sumamos, porque es la que nos gusta y va más con nosotros. Abiertos a la Palabra, esa es la única garantía de avanzar hacia el plan de Dios, hacia su voluntad.

Advertencia seria de Jesús que recoge Mateo: “En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo”. Jesús denuncia con valentía profética a los fariseos, y sin mucha prudencia. Desafía a la élite religiosa de su tiempo, a gente de peso e influencia. Que lo matasen era solo cuestión de tiempo. Denuncia en ellos varias cosas llamativas: gusto por las apariencias y reverencias, legalismo, culto externo e hipocresía (predican una cosa, hacen otra). Duros y exigentes con los demás… tibios consigo mismos.

Ya los Padres del desierto (s. IV) recogían esta enseñanza: “Estos Padres ancianos manifiestan sinceramente su propia lucha, no se esconden detrás de rigurosas exigencias. Comparten su vida con quien les pide consejo. Sin embargo, los moralistas que recurren a normas rígidas, no suelen estar dispuestos a compartir su vida con el hermano. Mantienen la norma que los separa de los demás. Y dan la impresión de cumplir a rajatabla la norma. Pero esto entristece a quien busca consejo. Y a menudo no se trata de nada sincero. Porque el que no hace más que acentuar constantemente la norma, reprime a menudo las propias necesidades. Hace alarde de la norma, aunque él mismo no sea capaz de observarla, y desearía que pasara así inadvertida su propia incapacidad”. (Anselm Grün, Acompañar) ¡Qué sabios los padres del desierto! ¡Del perfeccionismo y la rigidez líbrenos Dios!

“No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías”. Mejor caminar en humildad… mejor saber que somos siempre discípulos, caminantes, que si algo saben lo comparten y siguen aprendiendo más.

Víctor Chacón, CSsR