“PERSONAS DE PALABRA”, DOM. III DE PASCUA

Sorprende y apabulla ver el cambio de Pedro Apóstol. Del miedo a los judíos, del encierro y las negaciones, ha pasado a decirles esto a la cara: “el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello”. Es uno de los efectos de la Pascua, la Parresía o el hablar con libertad de espíritu, con una profunda valentía. Solo puede hablar así quien se sabe en las manos de Dios y no tiene miedos, no teme nada, porque su fe le hace vivir profundamente seguro, afianzado, sobre roca firme, sereno. Como dice el salmo de hoy: “En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”.

¿Vivo yo con esta valentía y libertad de espíritu? ¿Tengo esta sana confianza en el Señor que me quita los miedos y me libera? ¿En qué cosas me pide Dios seguir creciendo esta Pascua? ¿De qué quiere Dios liberarme? Ya que, “para ser libres, nos liberó Cristo” (Gál 5).

Volvamos al testimonio valiente de Pedro, para entenderlo bien. El apóstol sigue diciendo: “hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades… Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados”. Pedro no solo habla con valentía, sino que además habla con compasión y comprensión. Su tono no es de soberbia ni de superioridad moral. Invita a la conversión quien también se ha convertido. Invita a la conversión quien también sabe que ha caído y es frágil. Nos falta muchas veces esta clave compasiva en la Iglesia, en nuestras comunidades. Propia de quienes caminan juntos y se apoyan, no de quienes presumen que ya son cristianos viejos y saben mucho de teología y cosas espirituales. Dice Santa Teresa de Ávila en sus moradas: “la humildad es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano que es Dios a sanarnos”. Además de valentía necesitamos humildad, no sea que nos creamos como esos que muy sinceros dicen que “el problema es de los demás que no toleran oír la verdad” y lo dicen para justificar su brutalidad y falta total de tacto. La verdad o se dice con caridad o pierde todo su ser y brillo.

La segunda lectura y el Evangelio nos animan a ser personas de Palabra, de La Palabra. Como a los discípulos de Emaús, también en esta aparición Jesús, “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Sólo seremos capaces de hablar con pasión de algo si llena nuestro corazón. Sólo llenará nuestro corazón aquello que entendamos y nos apasione, capaces de oír y hablar y relacionarnos con este Dios que quiso poner su tienda entre nosotros y hacerse ¡Logos! ¡Palabra! Para que le entendiéramos. Así los discípulos pasan del miedo por creer haber visto un espíritu al GOZO profundo del Espíritu que les habita. Y es que, nos dice Juan en su carta: “quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud”. Ojalá rescatemos la Pascua, toda la vida cristiana como este tiempo para gustar, oír, leer y aprender su Palabra. Para poder hablar con valentía y caridad de Aquel a quien conocemos muy bien, por haberlo oído y haber hablado mucho con Él.

Víctor Chacón, CSsR