¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Dom. XVII del T.O.

 

Las madres son estupendas. Siempre quieren lo mejor para sus hijos y no se andan con rodeos, tampoco la madre de los Zebedeos (Santiago y Juan). Ella, tan armada de fe como de amor a sus hijos le espeta a Jesús: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Y se queda “tan ancha” como decimos. Quería los puestos de honor junto a Jesús en su reino. Todavía no había entendido la buena mujer que el reino de Jesús es muy diferente de los reinos humanos.

Jesús, entre sorprendido y cansado, reconduce su petición: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Es decir, el cáliz de mi pasión, de mi sacrificio, de la entrega de la vida. Queréis gloria, sí, pero ¿estáis dispuestos a amar hasta perder la vida? ¿Estáis dispuestos a posponeros a vosotros mismos y vuestros intereses, a buscar la voluntad del Padre siempre y en todo, a entregaros a pobres, pecadores y gente humilde, a amar a quien nadie ama? Porque ése es el cáliz que Jesús bebió hasta que en la cruz se hizo cáliz amargo como el vinagre.

Esta es la pregunta decisiva. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nuestro amor por Jesús? ¿Somos amigos interesados, que se acercan a él cuando necesitan algo, cuando buscan un “enchufe” en su supuesto reino? ¿somos de los que se acuerdan de los demás cuando necesitan algo o vivimos en la clave del amor y el desinterés?

Pablo a los Corintios termina de ayudarnos a comprender cómo seguir bien a Jesús hacia su Reino del cielo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”. No hacemos prodigios nosotros ni nuestra fuerza, pues somos bastante débiles -y hasta brutos, hombres rudos- lo que veis es la obra de Dios en nosotros, su gracia, su Espíritu, su amor. La tarea del cristiano es dejarse amasar y mecer por esta gracia, no impedirla ni obstaculizarla. Dejar que “Dios haga todo nuevo” (Ap 21,5), pues aunque para nosotros es imposible, Él lo puede todo. Buscar que Él nos guíe y nos lleve por sus caminos, que son diferentes a los nuestros (los del poder, tener y placer, acordaos de la petición de esa buena mujer).

Nos queda una segunda tarea. “Según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros”. Esta gracia, este regalo que es la fe, estamos llamados a compartirlo, a testimoniarlo, a entregarlo a otros. Sin mucha palabrería, sin mucho lenguaje rancio ni beaturrio que cansa y aburre, y no pocas veces provoca rechazo. Mejor con palabras sencillas, las tuyas, con tu experiencia, con los ejemplos que te han movido a ti, y te han llenado en tu vida, seguro que podrán seguir moviendo a otros a creer. La tarea del Apóstol Santiago de anunciar la fe hasta Finisterre (el fin de la Tierra) sigue viva y es urgente en España. ¿Seremos capaces? Dejemos actuar al Espíritu, la fuerza de Dios en nosotros.

Víctor Chacón, CSsR