“Poneos en camino”. Domingo XIV del T. O.

 

En 2020 en verano -hace apenas 2 años- la Congregación romana para el clero escribía una carta sobre la conversión pastoral de las parroquias en la que, entre muchas otras cosas, se nos decía esto a los cristianos (clero y laicos): “la mera repetición de actividades sin incidencia en la vida de las personas concretas, resulta un intento estéril de supervivencia, a menudo acogido con una general indiferencia. Si no vive del dinamismo espiritual propio de la evangelización, la parroquia corre el riesgo de hacerse autorreferencial y de esclerotizarse, proponiendo experiencias desprovistas de sabor evangélico y de impulso misionero, tal vez destinadas solo a pequeños grupos” (n.º 17). Esto nos lleva a pensar en la necesidad de configurar comunidades en conversión misionera y laicos preparados para vivir y trabajar en esta clave junto a sus pastores. Pero nosotros seguimos dominados por la inercia, por la comodidad y por un razonar facilón llevado del frecuentemente citado “siempre se ha hecho así”.

Veinte siglos antes lo había dicho Jesús a sus discípulos de esta manera: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa” (…). “¡Poneos en camino!”. Fijaos si tenemos un maestro bueno y comprensivo: no exige resultados. No pide cifras de conversiones o adeptos. No pide por supuesto cifra de donativos a la causa. Solo pide con claridad que no nos instalemos, que vivamos el dinamismo propio del discípulo que camina siguiendo las huellas de su maestro. A esto estamos llamados por Cristo: itinerancia, austeridad, desprendimiento, testimonio, trabajo en comunidad, siembra generosa de su Evangelio. Y si no nos reciben, ¡sin rencores! Que el mapa es ancho y largo, ya habrá tiempo, quizás no era el momento.

Dice Lucas que los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Es el poder de actuar con la gracia divina, cumpliendo su mandato. En cambio ¡cuántos proyectos estériles emprendemos a veces que no responden al suyo! Ojalá tengamos esta santa inquietud de querer ser comunidad creyente dinámica, testimonial y misionera. Porque lo contrario no sería propio de nuestra fe, sino su deterioro, su perversión. Hemos generado -aun sin pretenderlo- cristianos pasivos, “consumidores” de la fe, gente que se contenta solo con entrar al templo y que reprocha a quienes no van… pero el salir del templo con el mensaje de fe en el corazón y en la boca se nos olvida rápido.

Como muchos teólogos y pensadores han señalado la renovación necesaria de las estructuras eclesiales solo vendrá si primero hay una conversión (renovación) interior, espiritual, Pablo lo dice así: “Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura”. No nos contentemos con los signos exteriores de creyentes, por favor. Seamos criaturas nuevas, discípulos nuevos, que caminan más ligero con menos equipaje.

Víctor Chacón, CSsR