¿QUÉ ESTRÉPITO Y QUÉ LLOROS SON ESTOS? Dom. XIII del T. O.

El evangelio de este domingo nos sitúa cara a cara con la muerte. Indaga en nuestra actitud y sentimientos ante ella. ¿Nos aflijimos como “hombres sin esperanza” tal y como dice San Pablo? ¿O somos capaces de vivir con otro aplomo, otra serenidad, otra confianza que nace del saber que esta vida ni es nuestra ni es el final?

Aunque el texto de Marcos parece una curación más de Jesús, otro hecho milagroso entre tantos, no es así. Estamos ante un auténtico momento de revelación de Jesús, él se muestra una vez más tal cual es, muestra su alma. Y para ello escoge a su círculo íntimo: Pedro, Santiago y Juan. Los mismos tres que le acompañaron en la Transfiguración en el Tabor (momento de gloria) y en la agonía de Getsemaní (momento de pasión). Otra vez los tres preferidos están con él, entre la sorpresa y la expectación, esperando aprender algo nuevo del Maestro. De sus obras, palabras y gestos.

Jesús se dirige a Jairo (jefe de la sinagoga) con ternura: “No temas, basta que tengas fe”. Le habla un hombre de fe a otro hombre de fe. Jesús apela a su condición de creyente, mantente firme hermano, no temas, confía en Yahvé tu Señor y mi Señor. “El justo vivirá por su fe” (Habacuc 2, 4). La fe nos hace vivir, pero ¡vivir de verdad! Caminar por las sendas de una vida Buena y Nueva, una vida hacia Dios y hacia los hermanos. Una vida que no se ahoga ni se encierra en los confines de los propios deseos y egoísmos, de los propios afanes de poder y gloria, de inmortalidad o disfrute. Todo eso pasa. Y al final solo Dios quedará. Esto es lo que entre líneas Jesús está recordando a Jairo, él ya lo sabe, pero el nerviosismo le puede jugar una mala pasada. Nos lo puede jugar a todos.

Jesús llega a la casa de Jairo, ve el gentío, el revuelo, los gritos y llantos de desesperación y dice: “¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida”. Y se rieron de él. Como se pueden reír de nosotros. La fe siempre es una apuesta arriesgada, aparenta ser “cosa de niños”, pensamiento ingenuo… de los que son como ellos es el reino. Pero Jesús les estaba llamando a algo mucho más profundo que ellos no supieron ver: primero, que la muerte es un sueño, un paso, hermana de la vida, compañera de camino… Segundo, que el Dios en quien creemos no nos deja morir para siempre. Como señala el gran existencialista francés Gabriel Marcel, “amar a alguien equivale a decirle: tú no morirás”. Tú no morirás, porque mientras yo viva serás amado, recordado, pensado, estarás y vivirás en mí. Dios, cuyo amor es infinito en capacidad y en el tiempo nos dice: “Tú no morirás” o como dijo Jesús: “Talitha Kumi”. Niña, a ti te lo digo: ¡levántate! Esa es la actitud creyente, levantarse. Levantarse para seguir caminando tras el maestro en esta vida (levantarse de los golpes duros, de las pérdidas y tristezas), o levantarse en la otra (para un camino de gozo eterno). Levantarse porque tenemos a alguien que nos dice y promete: TÚ NO MORIRÁS.

Víctor Chacón, CSsR