¿Qué te llena, hermano? ¿Qué hay dentro de ti? Dom. VIII del T. O.

“La palabra revela el corazón de la persona” dice el Eclesiástico. “No elogies a nadie antes de oírlo hablar” señala también este libro bíblico. Y nosotros podríamos decir: Uy, pero hay personas engañosas, hablan muy bien pero luego… ¡nada! Y esto también es cierto. Pero a la Palabra bíblica no le falta razón, somos también nuestras palabras, nuestro discurso. Es bueno que pensemos: ¿Cómo hablo? ¿Qué palabras digo con frecuencia? ¿palabras soeces o despectivas? ¿palabras de ánimo, consuelo, apoyo…? ¿De qué temas hablo más? Y es que de lo que habla la boca está lleno el corazón, dice el Evangelio. Nos salen por la boca las preocupaciones, las obsesiones, los temas importantes que van ganando espacio en nuestra vida. Por eso hay que estar atentos a lo que sale de nuestra boquita.

Lucas sentencia con claridad: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo”. Un evangelio que nos llama a la autocrítica, a la revisión de la propia vida. A mirarnos en el espejo no solo por fuera, también por dentro. Buscar las actitudes, pensamientos, emociones que laten en nosotros, en nuestro interior. A veces en la Iglesia nos llevamos regular con la autocrítica (y peor aún con la crítica ajena), pronto nos victimizamos. Parece como si solo tolerásemos comentarios laudatorios, aplausos, palmaditas de ánimo. Pero aquellos que señalan nuestras faltas, pecados y debilidades no son bien acogidos, ¡qué lastima! Con la oportunidad tan buena que nos dan para crecer, para ser humildes y revisar la propia vida, aceptar que también nosotros tenemos carencias y fallos. ¡Hay tanto por mejorar en nosotros! Que no seamos de esos que señala el Evangelio que muy valientes señalan a los demás su mota de polvo, pero engreídos son incapaces de mirarse y ver la viga en su propio ojo. ¡Cuánta ceguera nos posee a veces!

Esta autocrítica, debe acompañarse también con una sana dosis de “autocompasión” y “autodisciplina”. Autocompasión para no ser críticos despiadados e inhumanos, para aprender que se da un paso y después otro. Para tolerar las fases normales de crecimiento y de mejora en todo grupo humano. Autocompasión para no generar conciencias enfermizas de escrúpulos insanos (¡podríamos haber hecho! ¡somos un desastre! ¡no hacemos nada bien!…) un eterno fustigarse que no conduce a nada más que a la depresión y el desánimo. Por eso también autodisciplina, deseo de mejorarse, propósito de enmienda. Apoyados en Dios, por supuesto, pero poniendo también lo mejor de uno mismo. Como dice 1 Cor 15: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor”. ¡Siempre! y ¡sin reservas! Y “a la obra del Señor”, no a la tuya, no a tus intereses. La Palabra de este domingo es incómoda y pide de nosotros revisión, evitar toda instalación y buscar la obra del Señor. Atento a tus palabras, a los frutos que tu vida va dando, y no olvides agradecer al Dios bueno que obra todo en todos. Tu vida buena, le habla al mundo del Dios Bueno. Eres como una flechita amarilla del camino de Santiago. Si vives bien tu fe, señalas a Dios: “En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, mi Roca, en quien no existe la maldad” (Sal 91).

Víctor Chacón, CSsR